Me levanté sin saber lo que el día me traería, igual que nos pasa a
todos. La mañana era luminosa, yo estaba llena de ánimo.
A media mañana, me di cuenta de que era viernes 13 de
noviembre, para mí un día como otro, la superstición no va
conmigo. Pienso que la buena o mala suerte no existe, las cosas
suceden y sucede de todo, a veces las creamos según nuestras
decisiones, incluso pensando que la decisión que tomamos es
buena, no lo es tanto. Soy de aquel grupo que confía que Dios guía
mi camino en las buenas situaciones y en las malas.
Me parece que los viernes 13 es día de mala suerte para los
anglosajones, los latinos son más del martes 13. Además, siempre
que el primer domingo de mes es día uno, el trece cae en viernes.
Ignoraba lo que estaba por venir.
Salí a dar un paseo a medio día, para aprovechar el momento más
cálido del día. Durante el paseo, miraba al cielo disfrutando del azul
intenso, que contrastaba con los mil tonos amarillos y rojizos de los
árboles. El aire fresco me saludaba de tanto en tanto. Si bajaba la
mirada podía ver como las hojas bailaban escogiendo el mejor lugar
donde caer. Quería que el día finalizara ahí, pero quedaba algo más
por suceder.
A medía tarde descubrí un mensaje en mi móvil, no podía creerlo; lo
leí varías veces, quizás no lo entendía bien.
—Si me parece que dice lo que dice, debería aprovecharlo, por lo
menos probar y ver si aprendo algo. ¿Y si es una perdida de tiempo
para mí, y soy un estorbo para los demás? Ya me lo dirán
suavemente para no herirme, son personas educadas.
Y yo que pensaba que nada mejor podía suceder aquel viernes 13,
sucedió.
Y aquí estoy aprovechando con gratitud a Enrique Brossa, la
oportunidad de aprender a escribir mejor, y con su ayuda en los
talleres, hasta puede que escriba una novela.
SDG. Paquita Mejías Mayordomo