La conociste en verano, cautivándola con tus cabellos rubios oxigenados ondeándose con cada ola cabalgada con agilidad sobre tu tabla surfera. Con tu cerveza en la mano le invitaste a una; ella declinó la invitación pero tu sonrisa la contagió. ¿Cuántos chistes le contaste ese día?; imposible determinarlo. Ella reía y tú te enamorabas con su risa. Todas las tardes de aquel verano fue a verte a la playa donde surfeabas con tus amigos inseparables; tardes que se prolongaban en noches interminables de pasión. Tú no sabías exactamente qué era eso del amor eterno, pero lo juraste igualmente, así, con tus bermudas coloridas y tus chanclas inmortales. La desbordaste con tu naturalidad y tu barba descuidada. El verano dio paso al otoño y este al invierno. Mejor pantalones largos, ¿no crees?, mucho mejor; a ser posible conjuntados con unos bonitos mocasines negros. ¿Mocasines? ¿Realmente conocías la existencia de esa palabra? La dejabas hacer porque todo acababa en arrumacos y efusiones diversas de vuestro amor. Te presentó a sus amigos. ¿Por qué tienes que contar tantos chistes? ¿A cuenta de qué tienes que nombrarme en tus bromas? Cariño, ya hace seis meses que salimos y me gustaría verte con el pelo corto. Tú te lo cortas porque la quieres, lo mismo que te pusiste esos mocasines negros conjuntados con los vaqueros. ¿Cuánto hace ya que no surfeas? Ni te acuerdas. Una especie de nostalgia invade tu alma, como una pesadumbre que no acabas de comprender porque estás enamorado y eso te confunde. Hoy cenamos con mis padres, ni se te ocurra salir con una de tus gracias. No lo haces. Qué serio es todo. Recibes mensajes en el móvil. ¿Quiénes son, amor? Mis amigos, ¿qué amigos? Esos a los que ya no veo. ¿Me lo estás reprochando? No, amor, claro que no. Ya no miras el móvil ni para saber la hora. Estás serio y has echado barriga. No habláis mucho, los hijos lo acaparan todo. Te miras al espejo y no te reconoces. Es como si hubieras envejecido diez años. Espera, es que han pasado diez años, pero tú la quieres. Y, sin embargo, ella te mira un día; te ve gordo, pasivo, serio, aburrido, formal y entonces te lo dice, te lo echa en cara: amor, ya no eres el hombre del que me enamoré.