Llevaba casi una hora de espera. El ruido del tráfico fuera y el ronroneo de la gente hablando a mi alrededor y detrás de mí, en la fila que formábamos para pagar la tarifa eléctrica, me estaban adormeciendo.
Distraídamente levanté la vista y vi, a través de los ventanales, en una de las casas señoriales, frente a las oficinas donde ahora me encontraba, el aspecto melancólico de aquella construcción. La casa debía ser de los años mil ochocientos y pico, aproximadamente, y dos de sus ornamentados y bellos balcones, miraban a la calle. Sus altas ventanas eran de un estilo quizás gótico, gris oscuro, gastadas sus paredes en su pintura original. Arrollada por los años. Sus vidrios, desde esta distancia, parecían negros. Una cortina, otrora blanca, tapaba la vista hacia el interior.
Algunas plantas secas, en maceteros rotos que descansaban sobre las barandas, intentaban darle un aspecto con algo de…vida, al Edificio ya muerto.
Una hora después, estaba desocupado y un poco más intrigado que antes. Aquella fachada parecía llamarme, invitándome a conocer el lugar, por dentro.
Estaba en la esquina de calle Buenos Aires y 25 de Junio, los autos ensordecían, el calor era agobiante. Aún me quedaba algo de tiempo antes de volver a casa, a terminar de escribir aquel cuento que me habían encargado para una revista de misterio. Sólo era una prueba, pero si la pasaba, significaría mi primera “pequeña” consagración en la soñada carrera de escritor.
Golpeé la puerta del frente haciendo sonar el pesado aldabón de bronce con una cabeza de dragón en relieve. El ruido seguramente se multiplicó en el silencio interior…
Lo repetí una vez más y al no obtener respuesta, consulté con el vecino del negocio de al lado, que me miraba extrañado. Sonriente y divertido.
-¿ A quién busca…? Allí no vive nadie.- Dijo y yo creí haber imaginado ya esa respuesta. Fueron unos segundos de indecisión de mi parte.
-No…no busco a nadie en particular. Le parecerá raro…pero, este tipo de casas me provocan curiosidad. A veces son inspiradoras para los escritores como yo…- Le contesté, sorprendido por mi propia audacia.
-Fantasmas y esas cosas…¿Verdad?- Dijo entonces el hombre, un poco más serio ahora.
Entró a su negocio de antigüedades y en segundos, volvió con una llave, grande, dorada. Tenía una cinta roja.
-Tiene suerte…Los antiguos dueños me dejaron la responsabilidad de cuidarla. No está en venta aún. Problemas sucesorios…El matrimonio que aquí habitaba murió en un accidente y su único hijo…también falleció, encerrado en el manicomio local…- Comenzó a relatar el comerciante mientras me abría la puerta invitándome a entrar, sin reparos, con una confianza…sospechosa.
No me hice rogar, entré.
Al principio me costó acostumbrarme a las penumbras, al polvo y a las sombras de los viejos muebles tapados por lonas. Allí, el ruido de la calle no llegaba. Un absurdo silencio y un aire helado, reinaban por sobre mi asombro y mi curiosidad. Avancé por la amplia estancia que parecía ser la sala de estar, con los ventanales que daban al exterior, los cuales yo había divisado desde fuera. Intenté correr aquellas viejas cortinas que tapaban la luz exterior.
-¡No…!! No señor…no lo haga, por favor…- Me sorprendió la voz y el tono de ruego de mi anfitrión. Esa voz venía del otro lado de la estancia, no podía divisarlo bien, pero sentía su presencia.
-…el único heredero de la casa, en su locura, no quería que la luz del sol profanase el lugar. No hubiese soportado ver una vez más, las imágenes de sus padres quemándose entre los hierros candentes del coche…que él conducía…por favor, no lo haga…- Siguió diciendo mi misterioso mecenas.
Apenas comprendí la historia. Pero tenía la certeza de que no eran fantasías, ni cuestiones espectrales. La curiosidad por ver el lugar me había llevado a esto y era un buen tema para mi cuento.
-Esta bien…no abriré las cortinas, pero guíeme así conozco las otras habitaciones del lugar…debe haber alguna biblioteca, un salón, algún desván…- Mi voz retumbaba en el vacío, tropecé con una mesita, ofuscado, sin hacer caso a la advertencia reciente, levanté un poco los cortinados otrora blancos y algo hirió mis pupilas por un segundo. No era el sol…fue un rayo…un brillo como de llamas encendiéndose. Quedé como ciego. Los vidrios efectivamente eran negros y del otro lado nadie vería nada de lo que yo estaba descubriendo. Nadie sabría que yo estaba allí. No pude volver a abrir por un rato los ojos y cuando lo hice, mi corazón empezó a palpitar desenfrenadamente…allí estaban, las figuras de dos ancianos y un joven. Ellos se encontraban con la ropa echa jirones, ensangrentadas, sus ojos demoníacamente blancos.
El joven, en cambio, parecía reír, divertido…a carcajadas, burlón.
-Qué lástima…no podrás irte de aquí…- Dijo el muchacho, con un tono de voz…gutural. Se me erizaron los pelos de la nuca.-…quienes llegan a visitarnos, se quedan.- Sentenció.
No le hice caso. Entre asustado y confuso, golpeé los vidrios que no estallaron, arranqué las cortinas, grité de terror, corrí atropellándome algunos muebles y caí al piso, lloroso, inundado de miedo. En ese estado en que las cosas pierden el sentido, cuando todo se vuelve borroso. Cuando el pánico nos ahoga como una mano brutal apretujándonos el cuello…me desmayé. Al despertar, estaba acostado entre polvo y papeles, con un leve rayo de sol que me daba en la frente. Parecía ser el hall de entrada, junto a la puerta que daba al salón adonde había vivido el anterior suceso y cerca de la escalera que llevaba al piso de arriba. Aún estaba mareado, con ganas de vomitar. Instintivamente me toqué la cara, una barba de semanas parecía haberme cubierto impúdicamente el rostro. Mis ropas, a simple vista estaban sucias y arrugadas, me dolía ferozmente la cabeza. A duras penas me erguí y traté de avanzar hacia lo que parecía ser la puerta de salida a la calle y desde dónde provenía la luz. Estaba abierta, sin llave. Una bocanada de aire fresco me golpeó la garganta, agitado, la respiré.
La calle se encontraba desierta, quizás eran las seis o siete de la tarde. Poco tránsito y nada de gente en un lugar…céntrico de la ciudad. Miré hacia el costado de la entrada y al ver el cartel del negocio lindante, recordé al anticuario. Me acerqué a la puerta de blindex, manchada, con viejas letras pintadas en ella, descascaradas. Hice pantalla con mis manos a fin de poder ver hacia el interior. Estaba vacío. Retrocedí dos pasos y enfoqué mejor la fachada. Un enorme cartel de una inmobiliaria local decía que estaba en venta…todo el edificio. Una leve desesperanza y una pizca de horror comenzaron a inundarme. ¿ Esto podía ser verdad…con quién había yo hablado y quién me facilitó la entrada a la misteriosa casa…que había sucedido? Sonreí nervioso y crucé la calle, tratando de orientarme hacia el Sur de la ciudad, a dos cuadras de allí adonde…¿supuestamente? yo alquilaba un departamento. (Estaba dudando hasta de mi propia realidad…) Llegué hasta una modesta vivienda de dos plantas, con un pasillo que comunicaba varios departamentos en su interior, abrí la puerta del frente y me dirigí resueltamente hasta el marcado con el número 1ºA, allí vivía la encargada. La Sra. Amanda.
Una viejecita de casi ochenta años, pero muy activa y a veces impetuosa…( al reclamar la mensualidad, sobre todo…)
Se asomó una niña, tendría unos doce años, pecosa, con trenzas rojas._¿ Señor…a quién busca?- Sus ojillos que al principio denotaban picardía, ahora parecían temerme. No abrió del todo la puerta, me espiaba por un espacio justo entre la mitad de su cara y mi curiosidad.-¿ Está la Sra. Amanda…necesito las llaves del 4º B, me las puedes alcanzar?- La niña entonces me observó con el ceño fruncido, como no entendiendo mi pregunta y casi recelosa. Con ganas de cerrarme la puerta en la cara y salir huyendo, despavorida. – Mi abuela…murió, señor. Hace ya…un mes.¿ Cómo se llama…? No lo conozco.- Dijo la pequeña y el mundo…(mi mundo…) parecía caerse a pedazos, disuelto en la nada. -…Mi nombre es Williams…era, soy…inquilino en este lugar, creo que mis cosas personales…están en el departamento que te nombré…Llama a alguien mayor, búscalas ahí…encontrarás identificaciones mías…- Comencé a balbucear, nervioso, tanto como la niña que parecía estar dudando aún, sobre mis intenciones.-Un momento…creo recordar algo que me dijo mi mamá…Sus cosas están aquí, en el desván. Nunca tiramos nada… ¿ No podrá pagar los meses adeudados…verdad?- Preguntó decididamente y algo de esperanza volvió a mi corazón…
Esperanza de saber que al menos, esta parte de ¿mi? historia…seguía siendo cierta y alguien lo reconocía. Levanté la vista y en el reflejo de los vidrios de la puerta, vi. mi aspecto actual. Me asusté de nuevo. Estaba muy delgado, los cabellos revueltos, barba de días, sucio, ojeroso…(Comprendí entonces el temor de la niña…) Hasta el olor no era muy bueno. Parecía un pordiosero ó un borracho recién salido de un brutal encierro…La niña salió y caminando a mi lado, presurosa, me llevó al desván. Ahí, entre cientos de muebles viejos, papeles, prendas de vestir que no me puse a reconocer, encontré mi bolso con los escritos y mis documentos. Aquellos escritos anteriores que debía presentar a mi editor y que supuestamente serían evaluados para un futuro libro…Me abracé a él como un náufrago al madero. Ahora sentía que algo era realmente…cierto, palpable, mío…real. La niña seguía mirándome entre asustada y con desconfianza.- ¿ No va a revisar más nada…?- Dijo.- No…- Le contesté. Creí necesario evaluar mi situación personal, además, repasar lo que me había sucedido. El contexto de los últimos acontecimientos parecía irse de mis manos. Sin contestar, ahogado como en la antigua casona donde estuve encerrado involuntariamente…salí de allí al exterior. Caminé confundido nuevamente hasta la esquina misteriosa. Observé la casa desde enfrente. Aquellas ventanas…demoníacas. Aquellas plantas secas como ojos muertos…”En Venta” decía el cartel.
¿Cuándo lo colocaron que no lo vi al entrar con el anticuario, qué fue de aquel mecenas, cuánto tiempo pasé allí…perdido? Preguntas aún sin respuesta. Llegué hasta unos cincuenta metros más allá de aquella esquina, por calle Buenos Aires y casi sin darme cuenta, me detuve frente a uno de los tantos negocios de la zona…Mi asombro y perplejidad no tenían límite…Allí estaba, otra vez, el local de un anticuario…¿Sería el mismo? Entré. Mi cabeza estaba a mil, confundido, sí, pero resuelto a descubrir qué estaba sucediendo…a mi alrededor, dentro mío…en una irrealidad sin tiempos, increíble…oscura. La persona que me atendió debe haber observado cierta enajenación en mi mirada. Detrás del mostrador y en actitud muy desconfiada, me preguntó.-¿ Qué quiere…Está buscando algo?- -Si…- Le contesté, alterado ya.-¿ De quién es este negocio…no estaba antes, en la esquina de aquí cerca?- Le pregunté aterrado. – Un momento…sí. Tranquilícese…Antes estábamos ubicados en 25 de Junio y Buenos Aires, con mi hermano…Josef.
Él falleció de un ataque al corazón…Quedé a cargo del negocio…¿Qué busca…lo conocía a mi hermano?- Ahora era él quién quería respuestas. Parecía más sereno.- Su hermano…hace un tiempo…me facilitó la entrada a la casa lindante con su antiguo local. Tuve…un percance y…bueno, ya pasó. Quisiera saber sobre…(En realidad, temía preguntar…) ¿Qué día es hoy…?- Y esta pregunta sorpresiva y casi fuera de lugar, desencadenó mi infierno.- Hoy es 13 de Octubre…Domingo…¿Porqué…?-En voz alta y como si hablara conmigo mismo…comencé a reflexionar…-¿Domingo…13 de Octubre…Yo ingresé a la casa, con su hermano…un día Jueves, no recuerdo bien la fecha…de Agosto, creo…- El hombre me miraba entre divertido y asombrado, casi sin creer lo que estaba escuchando. – No puede ser…no entiendo….- Claro, él no sabía en detalle, de mi cautiverio, de mi terror, de mi desmayo, de mi desconcierto…Yo seguí hablando…a nadie en particular.-…¿Estuve encerrado allí…tres meses casi…?- Comenzaba a creer en lo increíble. Aquel hombre me aseguraba que el tiempo en el cual yo me hallaba inmerso, no era el mismo que él describía…Ahora el desconcierto ya era espanto…locura. -¿Ud. dice que conoció a mi hermano Josef y que él le abrió la puerta a la casona de la esquina…? Si así fue…efectivamente debe haber ocurrido hace ya, más de tres meses…quizás el año pasado, antes de que él muriera y antes de que la inmobiliaria decidiera la venta del lugar…-Otra vez las nauseas…el mareo, el tremendo dolor de cabeza.
Parecía que un cuchillo atravesara mis sienes…Todo giró ante mí, vertiginosamente. Y caí. Otra vez. Al suelo…Esta vez desperté en el Hospital de la zona, con oxígeno y rodeado por cables y tubos. Mi corazón estaba un poco más calmado. Mis ojos se abrían lentamente y distinguí a una enfermera a mi lado, tomándome el pulso. Sonreía, como sólo saben hacerlo las enfermeras, mientras uno no sabe bien porqué está en esa situación. Ellas parecen saberlo todo…-Hola…- Dijo y escucharla parecía tener ahora más sentido que nunca con respecto a mi estado…- Hola…- Contesté y mi voz semejaba la de un muerto. Giré apenas mi cabeza y observé sobre la mesita, al lado de la cama, mi bolso…Estiré apenas mi mano y ella pareció comprender el gesto de desesperación que yo tenía por apretarlo en mi pecho…acunarlo, saber que aquello seguía representando algo de mi…¿realidad…? Me lo alcanzó y yo, frenéticamente metí la mano y saqué de él, como un poseído, aquellas hojas que contenían mis escritos, los cuales, si podía salir de aquí con la salud algo mejorada, representarían quizás la fama y el prestigio como escritor. Carla…(así se llamaba la enfermera…) gritó asustada, junto conmigo, cuando, acto seguido, las arrojé al aire…desencajado. Estaban todas en blanco…y entre ellas, una llave grande, dorada, con una cinta roja.