La especial paz de este invierno, anunciando nevar, lo llenaba todo. Cada estudiante se preparaba para las vacaciones. Daniel, fue a pasar estos días, a la casa perdida en el campo, de su compañero de estudios, Lucas.

 

La vida de campo era otra cosa en esta época del año. Todo estaba dormido, silencioso, como pensado y buscando inspiración para un nuevo renacer.

 

A ambos chicos les unía el arte de la fotografía y la pintura, por eso estudiaban Bellas Artes. El primer trimestre había sido genial, se perdían por la ciudad buscando rincones insólitos que inmortalizaban, y presentaban como trabajos de clase. Estos días, los dedicarían a inspirarse en la naturaleza, de cara al segundo trimestre.

 

Al día siguiente de llegar, comenzó su aventura. Pusieron a punto sus cámaras, y salieron de la guarida, hambrientos por descubrir los tesoros que les esperaban, sin temor al frío, ni al cielo gris, que en cualquier momento se desplomaría en forma de bellas estrellas blancas.

 

¡Durante la excursión, cuántas maravillas pasaban delante de sus ojos!  Nunca se le había ocurrido a Daniel mirar el campo de esta manera, como un cazador de tesoros. Estaba descubriendo con sus ojos de artista y su sensibilidad, la belleza de formas, colores, movimientos que veía.

 

Cruzaban un campo de viñedos bien alineados. Sus troncos negruzcos y retorcidos asomaban desde tierra, mientras descansaban con el sueño invernal tan merecido, después de dar tanto fruto con generosidad.

 

Daniel, descubrió a lo lejos una montaña de aquellos troncos negros de formas sin fin. Allí voló llamando a Lucas. Los fue levantando divertido por lo que le sugería cada uno. – ¡Lucas, tengo una serpiente en la mano! ¡También un cocodrilo! –Disfrutaba mirando los troncos, como un niño rodeado de animales que no hacen daño. Lucas: -¿Qué hacen aquí los troncos junto al camino?-

-Cada año sustituyen las cepas viejas que ya no producen, por otras jóvenes, y las dejan junto al camino como leña para quien la necesite.

 

Daniel cogió una cepa que le pareció muy artística, y la más pequeña, aún así tenía que arrastrarla. Una vez en casa, sacó de la mochila el machete de montaña, dispuesto a hacer una obra de arte. Sin dudarlo dio el primer paso.

Mutiló de la cepa, quitándole algunos sarmientos que le parecieron inútiles y también la capa que recubría la madera, labor que le ocupó parte de tiempo de las cortas vacaciones, lo hacía con mimo para no herirla en el interior.

 

Mientras, soñaba con la figura que saldría de su trabajo. Se sentía tan complacido al ir quitando la aspereza, y descubrir que debajo, con su ayuda, saldría una obra de suavidad inmensa, y todos desearían acariciar sus formas naturales.

 

Aquellas vacaciones habían marcado un nuevo rumbo a su vida.  Había tomado una decisión: sería artesano de la madera. Era un amor imprevisto que no podía dejar pasar: La madera y él. La madera dispuesta a dejarse embellecer, si el artesano estaba dispuesto a dedicarle tiempo. La madera y el artesano habían tenido un flechazo.

 

Se acabaron las vacaciones, y ya en su casa, dio unos cuantos pasos más, para convertir en realidad los sueños con su amada madera.  Montó un taller con lo esencial para descubrir toda su belleza.

-Ahora toca lijarte. Lo haré con suavidad, no te preocupes, te haré cosquillas. Tú piensa que trabajo para sacar lo mejor de tí, que estarás orgullosa de este aprendiz de artesano.

 

La madera se dejó hacer, confiando en su artesano. Acabada esta parte, Daniel

la acarició, nunca pensó que le causase tanto placer la suavidad que había conseguido sacarle, respetando sus formas.  – Estás quedando preciosa. Ahora, toca barnizarte, para resaltar esas hermosas betas que salen desde tu interior- A ello se puso Daniel. El joven le dedicaba todo el tiempo que podía, como hacen los enamorados.

 

 

Al cabo de unos días, llamaron a la puerta del su ahora taller. Ahí estaba su amigo Lucas: -Daniel, nos vemos de lejos en las clases, pero ya no hablas ni conmigo ni con nadie, sales volando y estoy intrigado.

 

  • ¡Pasa, pasa, que te explico! Quiero que veas una cosa, a ver que te parece.

 

  • ¡Vaya! ¿Esto es lo que te tiene amarrado? –Dijo Lucas al tomar entre sus manos el trabajo de su amigo. La acarició, y sus labios dibujaron una sonrisa mirando a Daniel. – Chaval, creo que esto es lo tuyo. No sabías que camino escoger al acabar Bellas Artes, pues ahí lo tienes, sobre todo si además de salirte bello has disfrutado.

 

  • Sí, Lucas, ahora puedo exclamar: ¡“Eureka”! ¡Lo encontré! ¡Encontré mi camino!

 

S.D.G.

Paquita Mejías

Febrero 2.023