En la penumbra de la mansión abandonada, las vigas rechinaban como susurros fantasmales. Lucía, una arquitecta de alma inquieta, exploraba cada rincón en busca de respuestas a la intrigante historia de aquel lugar. Al abrir una puerta cerrada con décadas de misterio, un olor a humedad y nostalgia la envolvió.

Encontró un diario antiguo entre polvorientos muebles. Sus páginas amarillentas crujían al ser abiertas, revelando relatos de antiguos habitantes. De repente, se detuvo en una entrada fechada hace más de un siglo que mencionaba su propio nombre. “Lucía, la intrusa del futuro”, rezaba la escritura temblorosa.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando leyó una advertencia: “No estás sola”. Justo entonces, las luces parpadearon, sumiendo la estancia en una oscuridad aterradora. El eco de pasos resonó a su alrededor, pero al girarse, solo encontró sombras que se movían como serpientes venenosas en las paredes. La presencia de alguien más se insinuaba, fría como el hielo y silenciosa como la muerte.

El corazón de Lucía latía con fuerza mientras una figura espectral se materializaba lentamente. Un susurro gélido le acarició el oído, indicando que, de algún modo, el pasado y el presente se enlazaban en un laberinto de misterio y tiempo.