Tú no lo sabes, pero me arreglo como si fuera a algún sitio bonito. Desayuno por el camino y leo la prensa, y en cierto modo madrugar el domingo parece agradable. Me monto en el tren hasta Alcalá, y una vez allí comienza la brutalidad. Cojo un taxi en el pueblo, le tengo que decir al conductor que me lleve a la prisión, mis palabras son apresuradas, sin vocalizar mucho. Después miro por la ventanilla. El domingo de pronto se torna oscuro.
No te imaginas lo que me cuesta llegar a este cuarto. Nos reúnen a todos los familiares, nos observamos unos a otros. Hay un hombre joven que apenas tiene dientes, y del cuello le cuelgan unas gruesas cadenas de oro, una madre con los ojos llorosos que se sujeta en el brazo de una chica que le tiemblan los labios. Me siento ajena, como si yo fuera superior, me lo digo a mi misma, aquí no cuadro. Me avergüenzo entonces de lo que he pensado. Todos iguales esperando a que abran esa puerta oxidada e inquebrantable. Hemos sido cacheados. Me acuerdo que hoy no tengo visita, tengo mi primer “vis a vis”. Curiosa expresión, parece un intercambio de palabras entre dos personas. Un manejo de impresiones, tomando una caña. Aquí significa que hoy “nos tocamos”. El cristal no nos va a separar.
Pienso en los pocos metros cuadrados en los que habitas. Mis metros son invisibles, hasta que llego a nuestro pequeño, casi no llego, casi ya duerme. En ese ratito que reposa su cabeza en mis muslos, tan ajeno, todo estirado en el sofá, descanso. La abuela paciente, se guarda sus años en el bolsillo del delantal para cuidar mi niño. Los sábados debo hacer tantas cosas que no parece un día libre. Es mi lucha. Lo sé. Estos son mis sacrificios. Alberto me da achuchones con sus bracitos regordetes, entonces todo esfuerzo se hace más leve. A veces necesito ratos de adulto y viajo con las palabras de un libro y nuestra realidad se esconde. Si no mira cuánto me agradeces mis cartas, me cuentas siempre que te transportan lejos de esas paredes grises y entonces veo que te soy un poco útil, qué gracia, si es verdad, están llenas de color mis palabras. Me he inventado un universo que no existe, solo para tus ojos.
Me cuesta tanto llegar hasta este cuarto y hablar contigo. Ya no hay familiares. He pasado la primera puerta. Pienso mientras te espero, que la vida que tanto nos ha costado alcanzar se ha perdido en un segundo. Se ha desbaratado todo. Creo que ya no sé cosas de ti, las escondes detrás de las sonrisas, de los silencios, en el tono de las palabras que aún guardas. Pienso todo el tiempo en lo del niño. Quieres verlo, necesitas verlo. Alberto es pequeño como tú dices y no se va a dar cuenta, pero no me lo imagino aquí, con su piel blanca, con su alegría y su vida limpia, tocando cualquier rincón de este tugurio, repleto de historias tristes.
Tú no lo sabes, pero ya no tenemos amigos, nuestra casa es un desierto. Vino algún amigo tuyo que todavía no sabía que te llevaron y los míos más cultos, más mundanos también han desaparecido. Se han esfumado los príncipes y los gitanos. En realidad tenían los mismos principios. Esto no te lo voy a contar.
Ahora estoy en esta habitación. El suelo huele a lejía, mejor si, pero no puedo evitar el asco, no puedo con esto. No tengo ganas de tocarte, aquí no, las paredes huelen a semen rancio, las humedades, las sábanas, me produce todo asco. No quiero decírtelo.
Entras, con tu sonrisa fingida. Sonríes para no lastimarme. Eres decente conmigo. En la mano llevas unas sábanas limpias. Te devuelvo la sonrisa. Tengo frío y no me apetece desnudarme. Aquí no. Empezamos a estirar las sábanas, sentimos calor en la cara. Nos miramos alisando la sábana, y me dices que ponemos también la de arriba. Tú no lo sabes, pero se me hace un nudo en el estómago. No me apetece. Te sientas encima de las dos sábanas y el ruido metálico del somier nos hace reír de nuevo, con un gesto de tu mano, me indicas que me siente a tu lado, y mi nudo me inunda y los muelles suenan. Te agradezco tanto que no me desnudes. Me coges de la mano, y me parece que te diviertes con mis uñas, me dices que te parecen bonitas pintadas de rojo, que te sacan de tu horizonte plano, y parece que te conformas con pasar tu mano por el esmalte, y me dices que son largas y femeninas. Ahora tengo que hablar, porque tú me preguntas qué tal todo, pero no digo nada malo, como en las cartas, todos estamos bien. Mentiras bonitas para mantener tu sonrisa plana.
No me gusta este cuarto, lo notas, porque entre tus manos tienes las mías, pequeñas y asustadas, y noto tu piel árida y fría. Tu voz es templada. Hueles bien y te pregunto que si en las duchas hay agua caliente, afirmas con la cabeza y siento alivio.
Cierro los ojos y todo ocurre .Veo de otra manera tu urgencia de sentirme: sentir una piel amiga, un cuerpo cálido. Con los ojos cerrados sí puedo. Nos queda poco tiempo. Al rato se oyen unos golpes en la puerta. Me recuerdan al día que te llevaron, ese día dormí sola, agotada por el disgusto. Pensé que no iba a poder dormir sin un beso tuyo en mi espalda, pero lo hice profundamente, me dormí por si todo había sido un mal sueño. Ahora cierro los ojos a la espera, a esta cárcel, la mía y la tuya.
Entonces no te digo todo, solo lo más importante, dándole vueltas, te digo que al niño no le voy a traer, te pongas cómo te pongas, y me dices que me liberas de ti, que si quiero soy libre, cinco años es mucho tiempo. No te contesto. Te miento y te digo que el tiempo pasa deprisa. Entonces insistes en ver a Alberto. La pena me resbala por el cuerpo como la cera fundida de una vela. En tus ojos solo veo ternura. Ya casi no tenemos tiempo. ––Te lo traigo solo una vez acuérdate–– te digo.

Entonces sonreímos los dos, sonreímos con libertad y con dolor escondido.