Ahora que todo ha pasado, que los sentimientos están calmados, que las sensaciones ligeramente oprimen al corazón enamorado, me atrevo a redactar lo que fue mi vida contigo.
Yo, Alex, simplemente, diré mi nombre, pues desde que la conocí este estuvo acompañado por el de ella, fue mi sombra enamorada, la mujer que calmó mi ajetreada vida, aquella que me enseño a amar de verdad, a querer con el alma, a dejar a un lado cualquier leyenda urbana, que eclipsara nuestra unión.
Ella la que me contó su problema, aquella tarde en la playa, la que me expuso su enfermedad con tanta naturalidad que conmovía escucharla.
Con pocos meses Alma, presentó claros síntomas de “Cianosis” una enfermedad que pigmenta la piel a causa de una ligera interrupción en el flujo sanguíneo, pero aquello no pudo con mi enamoramiento repentino, pues continuó diciéndome que con la edad la afección incrementa su peligro y el empeoramiento es inminente, hasta poder causar la muerte.
Siguió hablándome de ella de su peculiar enfermedad, que la falta de oxigenación en la sangre en cualquier momento la podría volver azul.
Yo, la escuchaba veía en ella a una joven, entonces, acostumbrada a sufrir y que soportaba su enfermedad sin querer complicar en ella a nadie. Ya que Alma confesaba entonces, no haber tenido a nadie a su lado por aquella causa, su vida había sido tranquila en aquel sentido, tan solo hacía unos años un joven vecino quiso pretenderla a pesar de su problema, pero en la primera crisis, se asusto y vio con temor que aquello sé sucediese más a menudo, sobre todo cuando en los momentos azules, como ella los llamaba, la urgencia era evidente y la gravedad se hacía intensa. No pareció importarle demasiado aquella ruptura, ya que su testimonio carecía de lamento, todo lo contrario, al hablar de aquel tema, una sonrisa se dibujaba en su rostro.
No me importó toda aquella retahíla de posibles contratiempos en nuestra vida y aquella misma tarde le pedí salir con ella.
¡Qué relación más bonita! Fue como un cuento de hadas, un amor lleno de comprensión y aceptación de los hechos. Un querer sin condiciones, un cariño tierno que se apreciaba en muchas ocasiones infantil, por aquellas circunstancias de la enfermedad.
Nuestro amor no tenía limites, solamente los que aquella malaltia nos ponía cada vez que nos amábamos.
Aquella otra tarde en la que Alma quiso marchar, sus dedos y sus fosas nasales comenzaron a cambiar de color, igual como en cualquier “momento azul” que habíamos vivido. Creímos y llegamos a pensar que era un momento como tantos otros…
Pero el destino no permitió, que así fuese, era una tarde cálida, llena de momentos azules, pues la intimidad de aquel balcón en el apartamento de la playa, se prestaba a ello. Los traumas y los sofocos eran una de las principales causas para que Alma tuviese sus crisis, y aquella mañana algo sucedió en la calle que unido a nuestro encuentro amoroso, facilitó tan inesperado desenlace.
Me llamo por mi nombre…
-Alex tengo miedo.
-Tranquila querida.
Intente tranquilizarla pero fue inútil, su piel por momentos se pigmentaba de azul y tuve que reaccionar rápido llamando al servicio de urgencias, era necesario su ingreso, para que debidamente comenzasen a tratarla.
Pero desgraciadamente todo fue para nada, allí mismo entre mis brazos y antes de que los sanitarios llegasen mi amada Alma, se fue, todo fue extraño, aquella tarde ella fue la que me pidió que le hiciese el amor, yo no quería, sabía las consecuencias que podía traer, pero insistió, diciéndome que la amase despacio, poco a poco, “como siempre lo haces cariño” dijo, en el momento en que su asfixia iba en aumento y sus temblores no le permitían acariciarme serenamente. Le dije que no estaba en condiciones de continuar pero me rogó que lo hiciese, que continuase, que quería llegar hasta el final aquella vez, añadiendo que aunque fuese aquella su última vez quería saber lo que era “el final de un momento azul”
La mujer de mi vida fue incinerada dos días después, en la más discreta de las ceremonias la despedimos, tan solo varios de nuestros amigos asistieron, los familiares que eran lejanos hicieron caso omiso a mi llamada, aquel fue el adiós más triste al que jamás asistí.
Por tal motivo escribo estas palabras, para lanzar un grito a la solidaridad, a la tolerancia, nadie debería encontrarse solo en esta sociedad. Padecer una enfermedad rara nunca debería ser la causa y aún menos que los síntomas se agarbasen por traumas respecto al amor que se siente por otra persona. Nos queríamos y creo que ella quiso esa tarde llegar hasta el final y morir, porque nadie aceptaba que dos iniciales iguales quedaran enlazadas entre si.
Pero a pesar de todo en la cajita azul donde reposan sus cenizas, hasta que llegue mi final, se leen entrelazados nuestros nombres…
Alma y Alexandra
©Adelina GN

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