El taconeo de sus zapatos en el vestíbulo, cuyo suelo era de mármol traventino, le hizo pensar en cubitos de hielo cayendo en un vaso de güisqui. ¡Qué mejor mezcla!, el tacón de aguja y el sabor fuerte y áspero del alcohol.

Esperó sentado en el sillón frente a la puerta mientras bebía y fumaba un Habanos. El humo cargaba el ambiente, eso le gustaba, el olor le excitaba y la espera ponía a punto su deseo.

Bajó la intensidad de la luz para relajarse mejor y concentrarse en su objetivo. Nada distraía la mente; además, el entorno era proclive a dejarse llevar por el descanso.

Nuevamente, el tacón de aguja movido por el pie de una mujer interrumpió sus devaneos sensoriales, acelerando sus deseos más oscuros. Tragó saliva tomando a continuación otro sorbo de güisqui…

Adivinaba como aparecería en el umbral. Se recostaría en el marco de la puerta a contemplarle largamente. Por supuesto, y como siempre hacía, no moviendo ninguna parte de su cuerpo para que él se recreara y empapara de toda curva, línea o cicatriz. Después con paso muy, muy corto, avanzaría hacia él.

Desabrochó un par de botones de la camisa; tenía demasiado calor, necesitaba un poco de aire. Luego, dio de nuevo una profunda calada al cigarrillo, y bajó los párpados pues el humo era denso y le cegaba.

Sintió cerca su aroma y comenzó a rozar su piel…, palmo a palmo fue lentamente subiendo sus manos… Con lo que más gozaba era, precisamente, con ese choque lento, pausado, aromático, parándose en algún rincón de la anatomía femenina que ella tan bien conservaba exclusivamente para mero placer de él.

Suspiró y siguió el juego, su pulso ya estaba demasiado acelerado, pero ella aún pedía más y él debía controlar sus instintos, debía esperar algo más. Ella se movió hasta que su ombligo tocó la nariz varonil y él, atrayéndola, apretó su boca contra su piel de seda. De pronto, sintió una sed descontrolada y parando, dio un trago largo a la copa; su deseo no permitía más demora.

Con la boca fresca y el líquido en ella, dejó caer cada gota por el torso de la mujer. Ésta, se estremeció juntándose aún más a él…

-Ramón ¿llamaste al fontanero para que viniera a arreglar el grifo?
¡Diosss! siempre hace lo mismo…
Una voz desde la cocina reclamaba a Ramón y éste maldiciendo, se levantó.