Pelé siempre tendrá el poder de transportarme a mi infancia. Nunca lo vi jugar cuando estaba en su plenitud, al menos no de manera consciente, pero lo vi en aquel programa deportivo llamado “La Cabalgata Deportiva Gillette” en más de una ocasión, siempre un Sábado entre 4 y 5 pm entre 1971 o 1973.

Ahí lo vi jugar con su equipo de siempre, el Santos. Lo vi jugar con su selección, la canarinha. Podría decir que fue viendo aquellos videos que me entró el amor por el fútbol.

Para aquel entonces tenía 6, 7, 8 años; una edad insuficiente para comprender en toda su magnitud su grandeza deportiva, pero sabía que tenía que ser un jugador muy importante por los comentarios que oía de mis padres, mis tíos y de un largo etcétera de admiradores y rivales.

Entre mis 11 y 12 años de vida, lo vi por televisión jugando en el Cosmos de Nueva York, en una incipiente liga de fútbol de EEUU y fue ahí que, de manera consciente, lo reconocí como un fuera de serie.

Valdano, en su artículo publicado en El País, escribe que Pelé fue la luz, la pasión, la alegría y la belleza del fútbol. Yo no podría decirlo mejor.

En el mundo infantil todo se vive con pasión y alegría, la luz y la belleza uno lo va descubriendo mientras crece; porque sentir, descubrir, ver la luz y la belleza es algo que se aprende con la edad.

En aquel tiempo, cuando se armaban los equipos, unos fueron Cruyff, otros fueron Estupiñan, pero todos queríamos ser Pelé; lo que nos hacía “negociar”, aún cuando no teníamos la mínima idea del significado de esa palabra. Lo cierto es que gracias a esas “negociaciones” todos fuimos Pelé varias veces en aquellos días.

Ser Pelé conllevaba una alta responsabilidad que era la de hacer goles y si uno los hacía tenía que correr, saltar elevando el brazo derecho, la mano cerrada en un puño agitándose y gritando gol.

Pero, lo debo decir, en aquellos juegos de recreo escolar, de juegos entre primos, con sol o lluvia, en canchas de cemento o de tierra, nunca de césped; Pelé no solo fue goleador, también fue defensa, portero y mediocampista, porque en aquellos partidos todos teníamos plena libertad de movimiento por toda la cancha y esa libertad la vivimos y defendimos con pasión y alegría.

La belleza llega a nuestra vida de forma paulatina. Vamos aprendiendo lo que es hermoso o feo de nuestros padres y familia. Más tarde, cuando el mundo se va agrandando conforme uno va creciendo, se va descubriendo la belleza en sitios o cosas donde antes solo uno veía alegría y pasión y, cuando uno descubre la belleza ella también trae la luz y se empieza a ver claridad donde antes solo había oscuridad.

Fue así que empecé a descubrir la belleza del fútbol en el juego de Pelé donde antes solo sentía alegría: La belleza del sombrerito en el área de Suecia en la final del Mundial de 1958, la belleza en la gambeta sin pelota a Mazurkiewicz para luego rematar y fallar el gol por muy poco, la belleza en el salto y el cabezazo para marcar contra Italia en la final del Mundial de 1970, la belleza en ese pase al vacío tan delicado y preciso para que Carlos Alberto marque el cuarto gol de Brasil en esa misma final del 70… y pudiera seguir…

Valdano, en su artículo publicado en El País, escribe que con la muerte de Pelé se le fue una parte de su infancia. A mi me pasa lo contrario. Pelé me hace revivir aquellos partidos jugados en completa libertad, con la alegría, la belleza y la luz que sólo unos niños pueden tener mientras patean una pelota buscando el gol para celebrarlo con un salto, el brazo derecho elevado, la mano cerrada en un puño agitándose y de la boca saliendo una sola palabra: Gol.