Noelia escribe. Esa es una afirmación rotunda que podríamos dejar así y no contar nada más sobre ella. Pero Noelia no escribe notas cuando necesita acordarse de una cita importante, que también, en su sempiterna agenda que guarda con celo dentro de su bolso. Noelia no escribe correos electrónicos en su trabajo para comunicarse con proveedores y clientes. Sí lo hace, pero está claro que esa no es la escritura que le gusta. Noelia no escribe cartas a familiares lejanos ni a ningún amor de juventud que hubiese quedado anclado en los recuerdos de una buena relación. Le gustaría, quizá, retomar esa vieja costumbre que aún recuerda desde niña, cuando la única forma de comunicación escrita entre dos personas eran esas cartas que luego guardaba escondidas en una caja en el rincón más recóndito del armario de su habitación. Era bonito, en lugar de los simples mensajes al teléfono que utilizamos en nuestros días o el correo electrónico que tanto odiaba. Sí, definitivamente le gustaría enviar preciosas cartas de amor a su novio, en la distancia, perfumarlas sutilmente, pegarles la estampilla correspondiente e introducirlas en el buzón con la ilusión de un niño en la noche de Reyes.

Lo que Noelia escribe es algo mucho más profundo que todo esto. Ella escribe sobre su propia vida, plasma sus emociones en decenas de papeles que no guardan orden ni concierto dentro del propio caos en el que está convertida su vida. Escribe historias en las que se retrata a sí misma, siempre vertiendo la parte más íntima de su existencia en ellas. Páginas y páginas manuscritas, con la suave tinta de una pluma de color azul, que quedan relegadas a estar desperdigadas por los cajones de su escritorio.

Noelia escribe poesía. Porque le encanta dejar fluir sus emociones en forma de versos, en consonancia, siempre en consonancia. Y esos versos que transcribe de forma directa desde el centro mismo de su corazón, la van limpiando por dentro, sacando las impurezas que puedan quedar en el más obsoleto rincón de su alma. Porque Noelia, cuando escribe, se libera. Se libera de tal forma que es capaz de evadirse por completo del mundo cruel en el que le ha tocado vivir, en una época sangrienta en la que los más atroces crímenes se realizan en el nombre de algún Dios. Ella plasma todos esos sentimientos en cuadernos, repletos de poesía, en los que puedes encontrar un repaso completo al diario de sus emociones. Todas, sin faltar ninguna.

Pero Noelia no se considera escritora. No cree en sí misma como tal, cuando decenas de editoriales matarían por conseguir uno de sus apasionantes manuscritos. Ella no es escritora, no, es constructora de sueños, de realidades paralelas donde poder buscar la liberación del alma, la cura contra el insomnio, el remedio infalible contra el estrés y, sobre todo, la sanación más absoluta de cualquier dolor instalado en el corazón.

Por eso, Noelia, escribe solo para ella. Solo para sus cuadernos, para sus hojas en blanco. Escribe para su alma, para su corazón y para su cuerpo. Escribe para sus plantas, para su armonía, para la Madre Tierra. Escribe para sofocar el dolor que le causa su implacable enfermedad y para apaciguar el cruel sentimiento de culpa que siente desde que decidió no contárselo a nadie. Por eso escribe sola y lo hace solo para ella. Porque no necesita reconocimientos, es el placer por el placer, la medicina de su humilde vida.

Cuando Noelia va a la cama, a altas horas de la madrugada debido a su pasión por la escritura, duerme rápido y sueña. Las sábanas se transforman en las páginas de un libro, uno que lleva su nombre en la portada. Y Noelia se acurruca entre ellas, sintiéndose más arropada y protegida que nunca en su vida. Duerme envuelta en palabras, en sentimientos, en pasiones, en tristezas, en iras, en fracasos. Pero, a pesar de todo, continúa sintiéndose segura entre las páginas de su libro.

De pronto, dentro del sueño, el libro cambia de portada. Ya no es su nombre el que figura en ella, quizá el designio de una premonición que no tardará en cumplirse. Pero ella continúa sintiéndose protegida por las palabras, por las suaves páginas del fino papel que utiliza para la escritura, envuelta en cálidas letras que le proporcionan el abrigo necesario en las duras noches de frío, en las ocres noches vividas en soledad. Permanece así el resto de la noche, mientras las letras comienzan a entonar un cántico y a practicar una danza alrededor de ella. Y Noelia se siente en paz, plena, acompañando a las letras de su ininterrumpido sueño en el canto y en el baile. Se siente feliz.

Por eso, cada mañana, regresa a su viejo cuaderno, rescata la última página, esa que está garabateada y llena de tachones, y escribe con soltura la canción que le han dictado las letras aquella noche. Regresa a su vieja dolencia, la que no tiene remedio, y deja salir de su interior cualquier sentimiento encontrado que pudiera guardar en sus adentros.

En definitiva, Noelia no escribe, no. Noelia solo deja fluir.