Pasaban los días, las semanas y los meses sin que tuviera noticias de él. Ansiosa, iba a los lugares donde sabía que podría andar o le hablaba a sus amistades, con la finalidad de saber de él.
La espera, era un agotador lastre y la zozobra le carcomió la mente y el sueño, ¿qué había pasado para que las promesas de amor sincero se transformaran tan solo en palabras dichas al viento? Se negaba a aceptar que el cuento de hadas había llegado a su fin.
Corrían los últimos atardeceres de marzo, la realidad la confrontó con su atroz crudeza, con pesar la aceptó; decidió salir nuevamente a la vida, recogió los pedazos de su entristecido corazón y se pintó de nuevos colores.
Sin buscar, nacieron nuevos anhelos, en su vida apareció otro él que se enamoró de su mirada y de su sonrisa; aceptaba su personalidad contrastante entre locura y sensatez.
Era un amor cálido, apacible que la fortalecía para entregarse plenamente. Aprendió qué es amar y ser amada con libertad, sin dudas ni tormentos.
Así las cosas, una tarde, de esas en que no espera nada extraordinario, apareció en su puerta, aquel que pidió un tiempo para reflexionar sobre sus sentimientos, con excusas tontas y palabras huecas de un amor comprendido pedía una nueva oportunidad.
Con un nudo en la garganta y un sentimiento de profunda pena, escuchaba en silencio, mientras con lucidez y objetividad su mente revivía sus palabras y su conducta contradictoria.
Le dejó terminar su patético discurso, para finalmente romper su silencio.
- Tardaste demasiado para volver, puedes regresar por el mismo camino por el que te alejaste.
Sin más ni mejores argumentos, el confundido enamorado, se alejó rumbo al olvido. Mientras ella, disfruta de su amor a cada instante sin agobiarse del mañana.