¿Por qué me gustaría tanto la comida basura? La comía con gula aunque no dejara de pensar en el colesterol que me metía al cuerpo así como en los futuros kilos que pasarían a engrasar mis carnes. Pero, aún así, comía hamburguesas y patatas fritas de aceite reciclado. Lo que no sabía es que por su culpa iba a vivir la peor pesadilla. No vestida de colesterol precisamente…

Aquel veinticuatro de diciembre iba rumbo a casa de mis padres a pasar las vacaciones de navidad. Tuve que hacer transbordo de tren y esperar una hora al siguiente. ¿Qué se me ocurrió? No sé si era el aburrimiento, el hambre o la gula, el caso es que arrastré mis posesiones hacia la cantina de la estación a comerme una hamburguesa con patatas y Coca-Cola. Me senté junto a un ventanal; la vista era preciosa. Daba al exterior. Nevaba con profusión y los trenes parecían llegar patinando; tenía en ese momento la sensación de estar metida en un cuento.

Me dispuse a dar el primer bocado a la hamburguesa cuando me di cuenta que no llevaba suficiente mayonesa y mostaza. Me precipité a la barra y cuando volví a mi mesa, no quedaba ni rastro; ni siquiera de la hamburguesa. Se habían llevado todo y cuando digo todo, es todo.

Me quedé parada, sin reacción, no dando crédito a lo que mis ojos me querían contar; mi mente lo negaba.

A los cinco minutos, alguien me preguntó si iba a ocupar la mesa y yo contesté lacónicamente “Me han robado” No me hicieron caso y se sentaron. Yo seguía parada hasta que un sexto sentido me dijo “Mueve el culo y vete a denunciarlo”

Parecía un fantasma deambulando por la estación preguntando a unos y a otros a dónde debía dirigirme. Al final fui a parar a una puerta; llamé y una voz inteligible me dijo que pasara o algo parecido.

Abrí la puerta. Delante de mí, sentado detrás de una mesa llena de cartas, había un gordinflón comiéndose una enorme hamburguesa; por sus barbas blancas escurría el Kétchup… ¡Qué asco!

Sin dejar de comer, me preguntó:

-¿Qué le pasa?-Apenas un hilo de voz salió de mi garganta.

-Me han robado.

-¿Le hacía falta lo que se han llevado?- ¿Ese gordinflón era idiota o qué?

-Eran mis chismes, mis cosas-dije con voz alterada, más bien histérica.

-Insisto, ¿de sus chismes, como usted dice, había algo importante?

-Mi ordenador, mi ropa, mis cremas, los regalos para mi familia. Mi dinero, mi documentación, mi teléfono, mi tabaco…-la voz murió dentro de mí; notaba que me iba hundiendo por segundos.

-Pero, ¿importante, lo que se dice importante, había algo?-Le miré enfurecida. No me podía creer que no comprendiera mi angustia.

-Todo. Todo era importante. Y ahora, ¿me va a decir qué va a hacer para devolverme mis chismes?

-¿Yo? ¿Qué qué voy a hacer yo? Mientras siga en ese estado de tozudez, no puedo hacer nada. Ahora despeje la sala y deje pasar al siguiente-…Y siguió comiendo la hamburguesa.

Salí con los brazos desplomados, mientras un hombre se precipitaba en la sala que acababa de abandonar yo y cerraba con energía la puerta. Seguí allí parada sin saber qué hacer. No tenía dinero, hacía un frío tremendo y tenía ganas de llorar; me senté en un banco frente a la sala del gordinflón tratando de ordenar mis ideas. Al cabo de un rato, salió el hombre y entraron un par de mujeres. Luego una niña, después una pareja de ancianos… Todos salían sonrientes, así que me decidí a entrar de nuevo.

-A usted, ¿qué la pasa?-preguntó sin mirarme mientras rebuscaba entre las cartas algo.

-Soy la de antes.

-Aquí no están sus datos.

-No me los pidió-aquel tío era raro de narices.

-Tengo el tiempo justo, o me dice qué la pasa o salga por donde entró-… y maleducado.

-Me han robado.

-¿Había algo importante?-empezábamos de nuevo la misma serenata, así que le contesté desafiante:

-Me han robado mis chismes. ¿Le parece poco?-sin mediar palabra, alzó la voz y dijo “El siguiente” Y me volví a ver sentada frente a la puerta.

Seguía nevando, cada vez más. La gente iba y venía de un tren a otro. Era muy bonito observar las caras de ilusión, los abrazos de los encuentros… ¿Qué sería de mí?

En el despacho del gordinflón no dejaban de entrar y salir personas. ¿Qué las pasarían a ellas? ¿Tantos robos en una estación tan pequeña?

Caía la tarde y cada vez tiritaba más de frío, como si se me estuvieran helando todas las sensaciones.

Me dije a mí misma que debía entrar de nuevo; no tenía otra salida. Siempre que preguntaba, me remitían al despacho del gordinflón.

Llamé suavemente y oí una voz muy distinta que me invitó a entrar, pero cuando entré allí estaba el tío gordo, ¡desnudándose!

-Disculpe. Tengo prisa. Mientras me cuenta, yo me voy vistiendo- ¡Qué morro tenía aquel fulano!

-Quiero volver a casa-no dije más; a fin de cuentas, era lo que más deseaba.

-¿Y sus chismes?-el gordo aquel me incitaba, pero no entré al trapo.

-Sólo quiero volver a casa…

-Pues vamos. Me pilla de paso.

…Desperté con la voz de mi madre. Descorrió las cortinas y pude ver todos los tejados blancos. Era una sensación placentera: estaba en casa, la sonrisa de mi madre, el griterío de mis sobrinos abajo, en la cocina…

-Date prisa. Están los niños muy excitados esperando a abrir los regalos.

Bajé sonriendo las escaleras y todos juntos nos fuimos al árbol. ¡Estaba tan bonito lleno de paquetes de colores! Todo eran exclamaciones, besos…

-Patricia abre tu regalo, hija- la voz de mi padre me sustrajo de la nube en la que estaba flotando.

Cogí el paquete y rompí con todas mis fuerzas el papel. Eso a mis sobrinos les volvía locos de contentos. Y entre carcajadas, descubrí mi regalo: era una pequeña maleta preciosa. Dentro había una tarjeta “Para que la llenes de tus chismes más importantes”… La nota estaba manchada de Kétchup.

No he vuelto a comer hamburguesas; bueno, miento. Como una al año, el día de Nochebuena. Ahora me pillo cada dos por tres preguntándome “¿Esto es importante?” Y a lo que respondo que sí, lo aliño de unas gotas de magia, que no de Kétchup.