( segunda  parte)

En ocasiones, entrevistar a alguien es una experiencia inolvidable, una lección magistral más que una tarea periodística. Este es  uno de esos casos. He tenido que aterrizar y despegar tres veces, cada vez en un aparato con menor número de asientos y motores, cada vez en un aeropuerto más pequeño hasta llegar a una de las zonas más despobladas del planeta. Después, un taxista local con vocación de guía turístico me ha explicado la fundación de la población que dejábamos atrás, la leyenda del ermitaño de la montaña que atravesamos y las distintas especies de tortugas que desovan en esta larguísima playa de arena dorada en la que está situado mi destino. Mientras le pido que me espere, ningún rastro de señal de telefonía para pedir que alguien me devolviera a la civilización, veo la pequeña casa y también su minúsculo jardín (mesita de mármol, dos sillas, un sillón y una palmera) que, a modo de vestíbulo, conduce hasta el mar. Desde una elevación se asoma a las dunas y a unas olas que, aunque agitadas, llaman a zambullirse en ellas. Las paredes de cal, las ventanas abiertas y el graznido de las gaviotas nos reciben. Al ir a llamar a la puerta, veo a nuestro personaje descansando en una butaca de enea en el jardín. Agita uno de sus brazos para que vaya hasta ella. Aún sentada, su porte impresiona. Tanto que, a modo de saludo cuando estoy a su lado, extiendo mi  mano y la noto temblorosa. Ella la sujeta con las dos suyas. Al sentir su calidez, desaparece mi estremecimiento. Entonces, tira con suavidad de mí incorporándose para darme dos besos en la mejilla. Ya sentados, frente al mar ella y yo a su costado, pongo la grabadora en marcha.

  • Pregunta. Buenos días, sabemos que los achaques hacen que deba guardar reposo, le agradezco el esfuerzo al recibirnos, por eso mismo lo primero es preguntarle: ¿cómo se encuentra?

No ha perdido el brillo azul de sus ojos desde los cuales es fácil ver una catarata de bondad. Percibo el lento latir de su corazón en una respiración pausada y profunda. Entrelaza los dedos haciéndolos reposar sobre la mesa,  levanta la frente hacía el horizonte del mar y empieza a hablar. 

  • Respuesta. Buenos días, joven. Aunque algo cansada, debo confesarle que estoy animada, ya ve que el día nos permite estar al sol sin acalorarnos y que huele a hierba y a sal. Esto, junto con su presencia, pocos se preocupan ya de mí, lo ha convertido en algo especial. Le digo más, la alegría es la mejor medicina que se puede recetar y hoy, con su llegada, tomé doble dosis.

Parece que nos conociéramos desde siempre. Su ternura, a la vez que el aplomo desprendido tanto por sus palabras como por la mirada, me llevan a imaginar que estoy frente a esa abuela sabía y generosa que si no tuvimos la suerte de tener, hemos visto y admirado en películas y libros.

  • P. Muchas Gracias, para mí es un placer escucharla, se lo aseguro. ¡Ojalá este remedio  tan natural de encontrarse con otros le ocurra más a menudo!. Al vivir tan retirada del mundo, ¿no es, por otro lado, una manera de reconocer que ‘me han derrotado’, o que ‘ya no puedo hacer nada más’?

  • R. Sí y no. Y me explico. Llevo tantísimos años intentando que los hombres se abracen en las guerras, en vez de dispararse unos a otros, luchando para que los niños descalzos, de ojos hundidos, para que los huesudos y de vientre abultado, les llegue algo de lo que los otros bien vestidos y con ‘play station’ desperdician cada día … es tan grande el derroche de sentimientos realizado por la sociedad, que el más pequeño esfuerzo consigue importantes logros. Pero también le diré, ese no es mi caso. Aunque alejada de lugares poblados, aunque esté postrada en la cama, mi actividad es intensa todavía. Joven, contestar cartas y escribir contando lo que viví, me ocupa casi todo el tiempo. Qué duda cabe que no como antes, reconocerlo es sentirme muy cercana a esas lágrimas amargas e impotentes que intento erradicar.

  • P. De sus palabras deduzco que estamos ante un retroceso de aquello que nos hizo salir de las cavernas y progresar. ¿Así lo ve?.

Sonríe y me muestra una blanca dentadura. La brisa le hace cerrar varias veces los párpados y levanta su flequillo plateado.

-R. Sus preguntas son difíciles de responder en un solo sentido en el que no aparezca, a la vez, la noche y el día, el ying y el yang, del que se compone la existencia de los seres vivos. No sabe como me gustaría ser tan inequívoca en mi exposición como lo es mi deseo y esfuerzos para que la ayuda entre las personas triunfe. Sin embargo, mi contestación no puede serlo de ninguna manera. ¿Desde las cavernas hasta hoy en día, dice usted…? Cualquier persona, por aislada que viva, puede compartir su pensamiento con el resto, eso son avances, por supuesto, pero ¿han contribuido estos a que lo más básico como es el hambre, la salud o la cultura sea una prioridad entre los seres humanos ? Ahí ya no estoy tan segura. Le decía que hoy comunicarnos con cualquiera se logra con solo pulsar un botón, pero, eso mismo, ¿no nos hace más solitarios, menos auténticos también? Tanto la soledad, lo menos malo, como la falsedad, un cáncer, son igual que el aceite cuando entra en juego el agua limpia y cristalina, es decir, la solidaridad. Tales ingredientes es imposible que se mezclen.

( Continuará. Fin de la segunda parte)