Ahora, que el silencio…
colgado de las estrellas,
golpea la noche sin ti,
no será el fuego testimonio
ni podrán las tórtolas cantar
en el incendio de la aurora.
Vienen rayos aleteando en el horizonte
con un clamor de lluvia.
Y las hojas lloran la benevolencia del cielo,
los árboles pernoctan a la vera del olvido.
Y gimen los versos maduros de sol,
no puede el dolor cantar su hambruna,
ni musitar fados los poetas ultramarinos
en cualquiera de las lenguas romances.
Saramago desterrado, me mira nostálgico
una mañana a la orilla del Guadalquivir,
un sueño vago se muere por vivir,
nada es lógico ni tangible,
todo es sórdido y amargo,
desde que faltas en mi…
La ceguera es un fardo.
Me han contado las nubes de tu ausencia.
Y el río se despeña en saltos agónicos
porque añora la orilla sin tus pasos.
¿A dónde irá la luna triste, y sin ti?
aquella luna de lluvia y solitaria,
que te regale una noche de octubre,
ya no hay canto que la alcance
ni sueño que la imagine,
nada queda bajo el tropel del desasosiego
sólo letanías y reclamos moribundos.
Un silencio espeso, derrumbado
sin algarabías que acicateen la tarde,
en los soportales de la muchedumbre
el vino sabe a lejía y las miradas a nadie.
Mustio de soledades me olvida la lumbre.