—¡Venga Holt, que ya tendrá tiempo para eso! —Berg tuvo que zarandearla por los hombros para que saliera de la ensoñación romántica en la que había caído.

—¡Ay, sí, que hemos de continuar! Actuaremos antes de que esto se llene de militares porque como lleguen a desplegarse, esto se pondrá imposible. ¡Tengo una idea! Usted, teniente… ¿Cuánto tiempo necesitaría para poner a punto a la Prometheus y despegar?

—A ver, déjeme pensar… Unos ocho o diez minutos para obtener las coordenadas, otros diez o doce para la reprogramación, unos quince más para comprobar todas las secuencias de ignición… creo que eso es todo. En total, entre treinta y cinco y cuarenta minutos.

—Bien. Siendo así creo que mi plan puede funcionar. Me inventaré algo para que dejen la zona libre. En cuanto quede despejada, póngase manos a la obra, Ripli. Tiene que hacer todo lo más rápido que pueda y si es necesario que le echen una mano los niños. Me consta que Berg puede serle de gran ayuda. También Cris, que es muy lista, puede encargarse de alguna tarea.

La niña le dedicó una gran sonrisa al ver que se acordaba de ella, porque hacía mucho rato que se aburría al oír hablar a los demás entre sí sin poder meter baza en esas cosas de las que no tenía ni idea.

—Cuando sea mayor seré policía como usted. ¿Sabe que es casi tan guapa como mi mamá?

—Mírala, qué mona. Cris, eres un cielo —dijo Holt, que se sintió halagada por la comparación.

—¿Pero hace un rato no me dijiste que querías ser astronauta? —dijo la teniente decepcionada por ese repentino cambio de parecer.

Cris trató de arreglar su pequeña metedura de pata con una enorme dosis de ingenuidad.

—¡Claro, seré las dos cosas! Una astronauta policía. ¿Es que no se puede?

Los demás le rieron la gracia a la niña. Entonces Holt decidió pasar a la acción de inmediato. Pero antes tuvo un parlamento con sus amigos.

—Teniente Ripli —le dijo con solemnidad—, creo que ha llegado el momento de la despedida. El encuentro con usted ha sido breve en el tiempo, pero la llevaré para siempre en el corazón. Por su valentía y coraje, de ahora en adelante será mi ejemplo a seguir.

—Subinspectora Holt, gracias por mostrarse tan comprensiva conmigo y, sobre todo, por tenerme en tan alta consideración. ¡Créame, si le digo que yo también la estimo mucho!

—Las gracias no se merecen, Ripli. ¡De verdad que no! Estoy segura de que si hubiera estado en mi lugar habría actuado de la misma manera. Entre féminas tenemos que ayudarnos. Además, si de paso, lo que hago fastidia en algo a ese imbécil de Próculo Tontinus, mejor que mejor. ¡Ojalá pudiera llevárselo a la Tierra con usted! Belenus sería sin duda un lugar mejor —dijo esbozando una media sonrisa.

—Holt, la aprecio, pero no hasta ese punto. Me parece que a Tontinus tendrán que seguir aguantándolo en Belenus —respondió Ripli sonriendo también.

Las dos oficiales se abrazaron de manera efusiva. Si las cosas salían según el plan de Holt aquella sería la despedida definitiva.

—¡Adiós, teniente Ripli!

—Adiós, subinspectora. ¡Que la fuerza la acompañe!

Entonces se separó de la teniente y les habló a los niños.

—Cris, Berg, vosotros permaneceréis aquí, en Belenus, por lo que estoy segura de que lo nuestro es tan solo un hasta luego. Chicos, sois unos reptilianos excepcionales. Tú, Berg, eres el muchacho más inteligente y decidido que conozco y sé que estás llamado a hacer grandes cosas cuando seas mayor. ¿Quién sabe si algún día ganarás el Belenonobel en alguna de las Ciencias?

Berg la miraba embobado, porque nadie hasta el momento, ni siquiera sus padres o alguno de los profesores más afines a él, había hablado acerca de sus aptitudes en unos términos tan entusiastas.

—Y tú, Cris —continuó hablando la subinspectora—, eres la niña más buena y más lista que hay en todo Belenus. Y claro que se puede ser astronauta y policía a la vez. Si nadie lo ha hecho hasta ahora, tú serás la primera… ¡Seguro que podrás!

—Ahora me toca hacer mi trabajo —añadió muy solemne—. En cuanto todos se hayan ido, ya sabe, teniente: ¡manos a la obra!

Holt se desgarró el maltrecho vestido y las medias de rejilla y se pringó toda con tierra. El efecto conseguido fue estremecedor: parecía que le había pasado por encima un transporter de los grandes.

—No tengo ni idea de qué es lo que se propone —dijo Berg—, pero sea lo que sea lo que se le haya ocurrido, sepa que confiamos es usted.

—¡Qué remedio! De perdidos, al río —repuso Ripli algo escéptica.

—No sea así, teniente Ripli. Tenga un poco más de fe. Estoy seguro de que la subinspectora va a poner toda su carne de reptil en el asador —dijo Berg tratando de animar a la teniente, que aún no las tenía todas consigo.

—¡Claro que sí! Lo siento, subinspectora, pero es que después de todo lo que llevo pasado estoy un poco baja de moral. No me malinterprete, agradezco de todo corazón lo que está haciendo por mí, pero hasta que no deje atrás Belenus en mi lanzadera no podré sentirme a salvo.

—No hace falta que se disculpe. Me pongo en sus escamas y la comprendo perfectamente, teniente. Le deseo toda la suerte del universo.

Por fin Holt se marchó de allí y, dando un pequeño rodeo para no descubrirles, llegó tambaleándose hasta la nave.

—¡Ayuda! ¡Socorro! ¡A mí…! ¡Ayuda, oficiales!

De una manera un tanto teatral, se acercó hasta los dos militares y Tontinus, que todavía permanecía con ellos, y fingió desmayarse. Tontinus quiso sujetarla al vuelo, para hacerse el héroe con ella, pero fue Quartich quien demostró ser más rápido de reflejos y terminó agarrándola él.

—¡Pero si es la subinspectora…! —dijo el coronel Quartich.

—¿Qué le habrá podido pasar a esta reptiliana? —exclamó el capitán Farrus.

El coronel estaba desconcertado. No sabía qué le urgía más, si atender a la desvalida Holt o abroncar al inepto de su jefe. Se decantó por lo último.

—¡¡¡¡Tontinus!!! ¿No me acaba de decir que había enviado a la subinspectora Holt a casa a descansar? ¡Explíquese!

—Hummm… ¡Yo…! ¡Yo…! ¡Yo no tengo ni idea, cogonel! —dijo Tontinus, más asombrado si cabe que Quartich, mirando al suelo y tratando de escurrir el bulto como siempre solía hacer cada vez que tenía uno de esos momentos «Belenus trágame».

Mientras tanto la subinspectora fingió que volvía en sí.

—¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado…? Ah, si es usted, coronel Quartich.

Holt estaba disfrutando de aquel momento de desquite con Tontinus. Además, en los robustos brazos del coronel no se estaba nada mal. ¡Por suerte, su novio no estaba allí para verla!

—Parece que tan solo está un poco magullada. Menos mal —dijo Quartich tomando la iniciativa—. ¿Pero cuéntenos? ¿Qué le ha pasado?

Remoloneó un poco en los fornidos y acogedores brazos del coronel, pero al final se deshizo del abrazo de Quartich y se incorporó. Se arregló un poco el vestido y comenzó con su fantástico relato.

Ilustración original de Juanjo Ferrer para el libro editado por Desafíos Literarios