EL BAILE SOÑADO

Los mensajes llegan por mi smartphone y tengo los primeros datos: nombre, edad, antecedentes y foto reciente. El segundo me indica la dirección donde la encontraré, día y hora. Se trata de una joven huidiza que ya me ha burlado dos veces.
Lejos van quedando los tiempos en que me acercaba a las oficinas, hacía cola, llenaba formularios y salía con la lista de encargos. Hoy, no. Un timbrazo y la pantalla del celular te conecta con el mundo y la realidad.
La recogeré a las 21:00 horas en un club social. Ya no me sorprende dónde cumplo mi trabajo. Lo he hecho en calles, parques, hospitales, teatros, estadios y en cuanto lugar se pueda imaginar. No es divertido pero soy un profesional a carta cabal.

La puntualidad es una de mis características. Estoy parado frente al local que anuncia un baile de carnavales. Los asistentes están disfrazados y llevan máscaras y antifaces. Se presenta el primer problema: la jovencita que busco tiene la cara oculta. Ingreso y la segunda dificultad asoma: los asistentes son osos pandas, hombres lobos, robots, arlequines, payasos asesinos, etc. La mayoría lleva encima el atuendo que dificulta distinguir el género. Un criminal fugitivo pasaría desapercibido y disfrutaría sus últimas horas de libertad con absoluta confianza.
La orquesta hace temblar las paredes con melodías desconocidas para mí y empiezo a sentir que mis pies quieren bailar. Súbitamente una gatúbela toma mi mano y hacemos piruetas en la pista. Una y otra vez me saca a bailar y, a medida que pasan las horas, bailamos mejor, mucho mejor. Sin darme cuenta el animador anuncia el momento de proclamar a los mejores disfraces y a la pareja bailarina ganadora. Ha sido tal mi distracción, y subyugado por la gatúbela, que olvidé el trabajo que vine a hacer.
Un espantapájaros y una alienígena son los vencedores por la originalidad y desenvolvimiento en la fiesta. Mi gatúbela y yo, increíble sorpresa, somos declarados la pareja de baile vencedora. El jurado ordena, para reclamar el premio, retirarnos las máscaras para ser identificados y agradecer. Gatúbela es la chica que vine a buscar y yo no tengo disfraz que quitarme. No puedo retirar la capucha porque se darían cuenta que no tengo rostro y la guadaña que llevo en la mano no es de utilería sino verdadera. Soy la muerte.
Gatúbela vive sus horas finales. El cáncer metastásico le dio largona para asistir y conocer a su compañero de viaje. Me mira agradecida por haberme demorado y sus ojos preciosos me dicen que está lista para irse conmigo.