Hoy en desafiosliterarios.com, entrevistamos en exclusiva a Roque Larraquy, finalista en el National Book Awards, uno de los premios literarios de mayor prestigio de los Estados Unidos.
No es un autor muy conocido todavía en España, aunque ya empieza a hacerse presente. Roque es un hombre de aspecto al mismo tiempo juvenil y maduro que escribe con gran personalidad tiñendo sus textos de un cierto humor serio, y que añade a su literatura fuentes no literarias. Desde aquí lo recomendamos, lo hemos leído con placer, y queremos terminar de leer sus novelas, que aciertan a ensayar una manera nueva de hablar. Siento que va a abrir zonas dormidas del cerebro con sus textos llenos de formas inesperadas. Es muy interesante por distintos motivos, pero no vamos a explicarlo nosotros, pudiendo hacerlo él mismo.
¿Quién es Roque Larraquy?
Bueno, comencé estudiando letras en la universidad de Buenos aires. Al mismo tiempo inicié una carrera como guionista de Cine y Televisión. Es lo que me permitió, junto con la docencia universitaria, pagar mis cuentas durante un par de décadas. Pero terminó revelándose como una tarea con un resultado frustrante, muy distinto a lo pensado originalmente y eso, para un obsesivo, no es el camino a la felicidad. Abandoné el mundo del guion. En realidad, desde siempre mi proyecto personal fue la escritura literaria. Escribo desde muy pequeño. Durante mucho tiempo di clases en Buenos Aires, de guion de Cine y Televisión y desde el 2016 soy el director de la primera carrera de grado de escritura artística que hay en Argentina, es la licenciatura en “Artes de la escritura”, en la universidad de las artes.
Tengo dos libros publicados, LA COMEMADRE en 2010, e INFORME SOBRE ECTOPLASMA ANIMAL en 2014, y ahora estoy escribiendo mi tercera novela
¿Cómo se llega a ser finalista de un premio tan prestigioso como el National Book Awards?
La novela se publicó casi en 2011. Los primeros años se deslizó en el campo literario de Buenos Aires. Luego fue traducida al francés por una editorial de París, y más tarde, reeditada por la editorial Turner para España y otros países en Latinoamérica. Eso le dio una mayor vida al texto. Este año fue traducida al inglés de forma impecable por Heather Cleary. Trabajamos mucho esa traducción. Y a partir de ahí apreció la oportunidad de este premio. Para mí es muy extraño, ya que se trata de una novela que había escrito ocho años atrás. Pero apareció esta edición, la enviaron en consideración del premio, y salió.
¿Cómo crees que te puede afectar el hecho de estar nominado o incluso ganar el premio? ¿Crees que esto va a cambiar tu manera de escribir? ¿No te sientes presionado para dar un determinado nivel?
Espero que no. Por supuesto, cualquier escritor tiene esa presión de saber qué va a pasar en tu siguiente texto, y más si generó de modo gradual una cierta expectativa de futuro. Estoy tratando de que no me altere. Yo tengo una cierta conciencia sobre lo que escribo, y mi trabajo no es necesariamente masivo. Me amparo en esa idea para poder escribir exactamente lo que quiero.
¿Cómo ha surgido la novela LA COMEMADRE?
Tardé siete años en escribirla. Comenzó como una idea de estructura. La idea era escribir una novela en dos partes que se relacionaran entre si de un modo recíprocamente refractario, pero que al mismo tiempo ofrecieran una idea de continuidad. La segunda parte es la primera que escribí, y luego apareció en mis manos una revista muy prestigiosa, con una publicidad que prometía la cura del cáncer en una clínica suburbana, en 1907, y eso fue el disparador para crear la primera parte.
¿Cuál es el mensaje? ¿Qué es lo que estás explorando con esta novela?
Por un lado, me interesaba contraponer una cierta idea de la ciencia, pensada como la matriz principal del pensamiento decimonónico y positivista. Revisar ese momento histórico de gran entusiasmo por el progreso científico. Me interesaba sobre todo por la idea de fracaso que conllevaba la lógica positivista del progreso continuo y del fracaso que finalmente encontró. Ponerla en contraposición con el mundo del arte. Pero también, trabajar con mundos cerrados que me permitieran narrativamente poner en juego un sistema de relaciones de poder, atravesadas por la lógica institucional, por la institución científica, y las instituciones legitimadoras del arte. Me interesaba trabajar en esa línea, el modo en el cual un pensamiento que gobernó una época, la época del positivismo, desarrolló una curva que tuvo cierto apogeo y luego cayó. Me interesan las épicas del fracaso, en general. Me parecía que trabajarla desde el fracaso de las postulaciones científicas de hace cien años atrás, y sus búsquedas relacionadas también con un cierto remanente de pensamiento mágico que había en la época.
Intuyo por lo que me dices, qué estás un poco en la línea de muchos otros que piensan que el pesimismo y la derrota es más literario que el triunfo y el optimismo.
No necesariamente. Es un tema que me interesa en particular, no lo postulo como la única posibilidad de lo narrativo, si bien es cierto que desde el fracaso existe la posibilidad de crear un conflicto narrativo acaso más nítido que el triunfo. Por su puesto que tan bien desde el triunfo que se pueden contar cosas muy interesantes.
Mi segunda novela también sigue por esa línea, en realidad algo que sí que me interesaba mucho, tanto para una novela como para otra, era trabajar con materiales que no provienen de la literatura, llevados hacia la literatura. Todo lo que tiene que ver con los discursos científicos, las pseudociencias, que entre fin del siglo XIX y principios del siglo XX, pasaron de un estatus de posible ciencia legitimada como tal a pseudociencia, porque en la contienda hubo disciplinas que ganaron y otras que perdieron. Las que perdieron quedaron del lado del pensamiento mágico de la pseudociencia y cuando uno aborda por ejemplo textos sobre frenología, medicina galvánica, espiritismo y todas estas pseudociencias se encuentran con textos que están buscando muy desesperadamente una legitimación y en esa desesperación, cristalizan momentos de alta literatura. Me interesaba recuperar esos momentos que provenían de discursos frustrados y llevarlos hacia la literatura.
¿Qué tipo de lector crees que es el apropiado para tus novelas?
No tengo idea. Las dos novelas tratan de ser textos con una cierta fluidez narrativa que puede vincularse con la idea de entretenimiento, un cierto sentido del humor que aligera ciertos temas y algunas recurrencias. Que sean lectura ágil, que provoque algún tipo de remanente una vez finalizadas, pero no mucho más. Me interesa que el texto se encuentre con los lectores más variados.
Roque, ¿qué lecturas te han influido más?
Me interesa algunos autores de las vanguardias latinoamericanas, como lector chileno Juan Emar, Macedonio Fernández, o Juan Filloy, son escritores de las primeras vanguardias, por supuesto hay ciertas áreas que me son inevitables, como Borges, y fuera del español me interesa mucho Swift, Rabelais, Marcel Schwob, Vidas Imaginarias, es un texto que me marcó muchísimo.
¿Cómo fue eso de querer ser escritor en tu familia?
Mi padre psiquiatra, mi madre pianista, aunque trabajaba en un hospital público como administrativa. Siempre hubo en casa, por mi padre, una relación con la ciencia, y en particular con la psiquiatría. Era una disciplina que lo apasionaba. Viví en una casa que era el consultorio psiquiátrico de mi padre, dónde el desfile de pacientes y patologías se daban en continuidad con los espacios íntimos del hogar. Para mí fue una experiencia hermosa y extraña. Eso venia acompañado por la presencia musical de mi madre, y una biblioteca muy frondosa que fue el escenario de mi primera relación con la escritura. Mis padres siempre estimularon mi interés temprano por la escritura. A mi viejo le gustaba lo que escribía, a mi madre no, y en esa tensión también había algo interesante. El estímulo venia por negativo y por positivo. Me he preguntado por qué me interesa escribir. No he llegado a una respuesta muy iluminada. No puedo dejar de escribir, no puedo pensar sin escribr. Escribir ni siquiera me resulta un placer. No puedo pensarme sin la escritura. No creo en musas, ni en Dios, ni en nada que se le parezca, pero hubo algo que estuvo por fuera de mi decisión.
Me planteé vivir y trabajar en algo que tuviera que ver con la lectura o la escritura. En mi primera juventud me costó ciertas dificultades económicas, pero yo sabía que tenía que contar con un cierto tiempo, que no podía estar alterado por un trabajo con exigencias alienantes, por lo que traté de preservar mi relación con la escritura a través de la elección de trabajos que siempre fueran afines con ella. Trabajé como guionista, como docente de español para extranjeros, dando talleres y finalmente orienté mi lado profesional hacia la docencia académica.
Me comentas que tu padre era psiquiatra, tú crees que ¿hay que estar un poco loco para escribir?
No, no creo. Eso probablemente es una fórmula la cual suscribiría un escritor en un marco más decimonónico de pensamiento, en la idea en que el escritor tiene que estar en conexión con la escritura, o con un cierto desarreglo de los sentidos, escribir desde un margen. Yo creo sinceramente que casi cualquier persona podría escribir, porque escribir también tiene que ver con un oficio, y con una persistencia de trabajo, y no necesariamente con una condición del ser o con una peculiaridad de la personalidad. Para mí hay algo que tiene que ver con la persistencia, y algo que tiene más que ver con una cierta capacidad crítica sobre lo que uno escribe, que nada tiene que ver con estar loco.
Hay gente que se pregunta si todo escritor es una persona acosada por dos problemas, uno sería la vanidad y otro sería la soledad.
No lo creo, es una mirada estereotipada de lo que debería ser un escritor. La soledad por supuesto viene un poco de la mano de la tarea de escribir, si bien muchos escritores son capaces de escribir en medio del bullicio como es mi caso. Hay algo de la ceremonia de la soledad que favorece la escritura. Lo cual no quiere decir que un escritor deba ser un tipo solitario, neurótico, y autocelebratorio en sus propias taras.
Cuéntame cómo escribes, ¿eres metódico? ¿Eres una persona que se deja llevar por una idea que tiene y que sufre ese síndrome “voy al dictado de lo que se me va ocurriendo, como si fuera la voz de otra persona”?
No, no soy ese perfil de escritor, me encantaría. Tengo primero una idea general de estructura, de lo que voy a escribir, unos ciertos objetivos generales, un conjunto de temas y posicionamientos frente a esos temas, y sobre eso paulatinamente, de un modo gradual casi como una sedimentación, va apareciendo un mundo narrativo y unos personajes. Escribo en desorden.
¿Qué es lo que menos te gusta del mundo del escritor?
Es cierto que en los últimos años los escritores, están desarrollando estrategias sobre todo a través de las redes sociales, de presentación, divulgación de lo que escriben, y muchas veces lo que si me resulta irritante es que esa divulgación es del sujeto escritor y no tanto de la obra. La idea del escritor que se presenta a sí mismo como objeto de consumo, eso me interesa poco y me genera cierta incomodidad, vergüenza ajena, y trato en la medida de lo posible de no ir en esa línea.
¿Qué hay de ti en lo que escribes, y qué tratas ocultar de ti en lo escribes?
Nada, no creo ser interesante como tema, Incluso los narradores en los textos que escribo están deliberadamente como un negativo de lo que sería una voz más propia. No creo que se desvele ni que se vele nada de mi en mis textos.
¿Cuál es tu proyecto más inmediato?
Estoy escribiendo una tercera novela. Espero poder terminarla a final de este año, tiene una continuidad temática con las dos anteriores. También estoy trabajando con el territorio de las ciencias en el siglo XX y coqueteando un poco con la ciencia ficción latinoamericana.
¿Cómo te ves en diez años?
No tengo la más remota idea, yo no dejaría de lado de que vivo en Argentina y que es imposible planificar algo de más de tres meses.
Alguna anécdota que se te ocurra con tus comienzos como escritor
Con la publicación de mi primera novela, La comemadre, la escritura me permitió conocer a un conjunto de personas y una cierta escena de la literatura que se me reveló muy distinta a aquella escena de la que yo provenía. Fue una apertura que me ofreció la literatura, poder conocer gente abierta, sensible. La literatura fue una felicidad en el sentido de poder incorporar afectos nuevos a la vida.
¿Le dices algo a nuestros escritores?
Creo que hay que enamorarse y odiar la tarea, y mantener ese compromiso en el tiempo. Cuando uno se identifica con la tarea del escritor también se tiene que pensar como un colectivo de escritores. Esto es algo complejo de pensar para los escritores porque quizás cada uno está en su torrecita de marfil o de cartón pintado. Hay un momento en el cual uno tiene que abandonar ese espacio solipsista, pensarse como parte de un colectivo que trabaja desde la palabra, y espero que en un futuro, los escritores pueden pensarse como un colectivo. Y también puedan pensar en su producción como un medio de vida y no como un placer que se dan mientras trabajan en otra cosa.
Gracias Roque.
ENTREVISTAMOS A ROQUE LARRAQUY