No estaba tan alejado ni escondido como cualquiera cabría esperar del erudito más famosos y grande de nuestra era, posiblemente de todas las anteriores y las siguientes también. Cuando llegué había dos personas más, estaban esperando para ver al Navegante y con suerte que les diera su favor. Llevaban unos regalos que me hacían dudar si me dedicaría, aunque fuese una mirada.

A uno de ellos lo reconocí, hace poco había adquirido la corona del imperio más cercano donde residía El Navegante. Me costó que no se me notara lo que me intimidaba el joven rey. Al otro hombre no lo reconocí, pero sus regalos eran prácticamente de la misma calidad que la del rey, así que mentiría si dijera que no me hicieron sentir vergüenza de quién era.

Los rumores sobre El Navegantes de las Estrellas eran firmes y sólidos, todo el mundo lo conocía donde quiera que viviese y todo el mundo lo creía que esos rumores eran reales, o al menos eso aparentaban. Se decía que el que, era el único hombre que había visto nacer y caer una gran cantidad de reinos e imperios, que hasta los reyes y los locos le temían y que, si alguien o algo intentaba dañarle, la mismísima tierra se lo tragaría como poco. Se decía que el rasgo más característico que tenía eran sus ojos; unos preciosos ojos negros repleto de puntos brillantes y centelleantes de color blancos y dorados que parecían estrellas, o más bien, eran estrellas, afirmaban muchos, sobre todo aquellos que lo habían visto. Pero como todo el mundo que ha llegado a cierta edad o madurez, sabe que hasta el ángel más brillante solo existe en las expectativas y yo estaba a punto de comprobar si sus expectativas eran también una exageración.

Un chico nos avisó para que entráramos a la vez a tener la audiencia, de todas las cosas que esperaba o para las que me preparé nunca hubiese podido esperar algo así. Cuando le vi, percibí que todas las cosas que se contaban de él, era por mucho quedarse corto.

Estaba de pie con una mirada que parecía que atravesaba nuestro mundo, como si se fijase de algo que estaba tan alejado y que no podíamos ver. Su aspecto era mucho más joven de lo esperado, de hecho, parecía que tuviese entre treinta y cuarenta años, pero no dude ni por un momento que aquel hombre tenía los siglos que se rumoreaba o incluso más. Pero sin duda lo que más me llamaba la atención eran sus ojos, parecía que su nombre no era simplemente un título, más bien, era una definición de su ser. Unos ojos con pupilas enormes negras, y un iris del mismo color estaba inundado que sin dudan eran estrellas, no parecía el reflejo o algo que fuese parecido a ellas. Eran estrellas y nadie lo podía poner en duda si las había visto. Las expectativas nos estaban siquiera cerca de lo que ese hombre era, y más o menos entendía el porqué, no existían palabras con exactitud para describir a alguien así.

Parecía que él no estaba allí. Su actitud era como de ausencia, pero, mezclada con indiferencia, como si alguien hubiese vivido tanto que nada le interesaba ya, o aún más acertado para él, como si supiese tanto que nada le llamara la atención.

Me invadió un sentimiento de miedo, tenía la sensación de que si tu pregunta o cuestión no era lo suficiente buena no te prestaría atención, tenía la sensación de que como mucho respondería como cuando alguien hace algo y se rasca un brazo o la cabeza, algo tan insignificante que no necesitara siquiera concentrarse.

-Mi señor.

Dijo el hombre que no conocía hincando la rodilla en el suelo, su tono parecía más como una súplica que una muestra de respeto.

-¿Me gustaría saber cómo dudar menos y hallar la felicidad, al menos con mis más allegados?

Continuó diciendo mientras mantenía la postura y el tono. Un incómodo silencia se hizo, volviéndome la sensación que tuve hace un instante, El Navegante ni se inmutó con la pregunta, su desinterés era evidente y mi miedo parecía haberse contagiado al señor arrodillado. Por un instante parecía que ni siquiera le contestaría, pero de pronto El navegante habló.

-Todos dudamos, de hecho, yo soy el que más dudo. Dudo de cada respuesta que doy y de cada respuesta que me dan. No te estás haciendo bien las preguntas. Parte de tus inseguridades se marcharán con las preguntas adecuadas y podrás mejorar tu relación con tus seres queridos.

Es extraño de explicar la sensación, pero cuando El Navegante habló, pude ver con claridad una actitud de poder desorbitado, pero no había ni una pizca de arrogancia y pedantería en sus palabras, lo que sin duda bien merecido podría tener. No solo el hombre quedó satisfecho con la respuesta, como si de un espectáculo se tratase los tres quedamos impresionados con ella.

Yo me hallaba en el medio de los tres, así que pensé que me tocaba, el breve silencio y la pasividad del joven rey a mi derecha fue lo que me dio la sensación que él pensaba igual, así que mi turno llegaba y en consecuencia el miedo y nervios se apoderaron de mi cuerpo, aun así, me armé de valor y me adelanté intentado copiar el procedimiento del hombre que no conocía.

-Mi señor ¿Me gustaría saber qué es el amor y así poder comprenderlo?

Con un nudo de nervios me quedé ahí arrodillado mirándole a los hipnóticos ojos deseando que aun sin interés me diese una respuesta como sucedió hace un momento. Pero me sorprendió el hecho que justo antes de que se creara el silencio de la pregunta anterior, los ojos del Navegante cambiaron, dejaron de atravesar el mundo y los fijó en la sala. Dejó de estar donde quisiera que estuviese para estar en la sala con nosotros, los movió y me miró, además su expresión se relajó. Más que alegrarme o emocionarme esa reacción me puso muy nervioso, pero duró poco.

-El amor eh…

Justo después de decir eso El Navegante sonrió y soltó una carcajada, una suave y alegre carcajada, fue extraño pero agradable.

-No sé cómo de sabio creéis que soy, pero me falta muchas vidas para llegar a una idea de lo que me pides, chico. Me temo que no puedo darte una respuesta para esa pregunta. Losiento.

Justo después de que terminara de decir esas palabras El Navegante, nació en mí una desesperación enorme, cuando había acabé de digerir aquellas palabras pensé que si él no podía hallar esas respuestas nadie en la tierra podría, nadie en el universo podría. Era simplemente aterrador, y aunque tuve varios pensamientos intrusivos que me decían que incluso él no lo sabría todo, que yo podría con esfuerzo encontrar la respuesta, en el fondo sabía que jamás llegaría más lejos en mi búsqueda que la respuesta que me dio El Navegante.

Justo antes de que me levantase, dada por zanjada la respuesta, El Navegante añadió:

-Sin embargo, he de decirte chico, que, aunque no pueda darte una respuesta a tu pregunta, si te puedo decir que no necesitas de una respuesta para vivir el amor. Puedes sentirlo y surgirá, aunque sea un enigma para ti y para todos.

Justo después de añadir esa frase a su respuesta cambió en él otra vez su actitud, sus ojos volvieron a atravesar este mundo y pareció que dejaba la instancia para volver de donde quisiera que estuvo antes.