Se discutía con arduo fervor la veracidad sobre las apariciones de la virgen de Fátima. Millones de dólares fueron invertidos con el fin de proporcionar a los distintos centros de investigación públicos y privados los recursos necesarios para que ahonden y resuelvan tales asuntos de sensibilidades gigantescas, que ponían en jaque la estabilidad de la fe, y mantenía en grave suspenso a todas las iglesias del mundo.

Cientos de debates emergieron y en las calles se entablaba una férrea y violenta batalla entre conservadores contra acérrimos escépticos.

—La virgen de Fátima siempre ha aparecido para advertirnos sobre el surgimiento de conflictos bélicos de proporciones internacionales. Solo basta con recordar cuando advirtió a Portugal el avenir de la Segunda Guerra Mundial—dijo un defensor

—En ese caso, es preciso orquestar algunas guerras de envergaduras nunca antes vistas, con tal de probar dicha afirmación. Si la virgen de Fátima existe, es claro que aparecerá para alertarnos sobre tales conflictos. Si, en su defecto, no existe, es claro que no se manifestará—dijo un escéptico.

Así, se armó una campaña cooperativa alrededor del mundo, un «guerratón», con el fin de reunir voluntarias donaciones desde todos los países, con tal de financiar las cuatro guerras a escala planetaria que se tenían programadas para llevar a cabo el experimento que ponía entre la cuerda floja a los hechos científicos y los dogmas de fe.

Las miradas estuvieron atentas viendo al cielo, apuntando hacia las colinas de la ciudad de Fátima, a la espera de la aparición de la virgen María. Miles en aquella urbe y millones mirando a la distancia, por medio de la transmisión de cadenas de noticiarios que acapararon toda la programación con el fin de cubrir este evento.

A lo lejos, se observaban, muy pequeñitos, cientos de cabezas nucleares, de algún país lo suficientemente rico y soberano como para gastar en tan prioritarias inversiones, dirigirse hacia el océano Atlántico, donde en algunas horas la Estatua de la libertad les daría grata bienvenida.

—Bien, parece que esa tal virgen no existe, no ha aparecido por aquí.

—Lo que pasa es que probablemente estábamos mirando los misiles y cuando emergió desde la divinidad, la ignoramos. Tendremos que esperar hasta la próxima guerra para verla y que no se nos escape.