No me llores amargura, que tus lágrimas se enternecen cuando caen sobre el umbral de la rosada espera y la niña del silencio se escapa entre jirones de terciopelo que atas a la locura.
No me llames cordura, que no recuerdo ya tu estancia ni a donde es que brillas, y en la rutina apagada de tu espada asechando a la sin razón, se queda el duende de tu ayer que desfilaba contento, sentado sobre la primera flor
No me pintes arco iris, que de ti se viste el ruiseñor,
y son tus tonos deliciosas fresas en la lengua de Hércules, que se empeña en construir para ti un rincón en el castillo que cuida el gigante, arriba, detrás del sol.
No me esperes, dulce espera, que de mis alas soy presa cuando el viento y sus letras me atan a la libertad de ser quien soy, y en el silente espacio que se apresura a ser mío y solo mío, hay un violinista triste que llora sus notas mientras me voy.
No me busques soledad, pues es sola como te debes quedar, en compañía de tu sangre ardiente, sola de besos y carente de mis ojos que ya no están,
y es el cielo el límite de tu búsqueda, no te canses y acaricia el vacío que te ha de alimentar.
No me llores amargura, que de tus ojos solo brotan cristales roídos por el tiempo, que usa el engranaje del reloj de la vida, cuando ésta, ya casi no tiene fuerzas de despertar.
No me inundes lluvia tormentosa que de ti solo quiero mi cuerpo refrescar,
y son tus gotas besos del cielo que a mi piel le han de hablar,
y se enciende el estruendo de tu grito que las montañas de mi tierra han de atravesar,
y el ruido de lo que antaño fuimos se hace eco entre el volcán del hoy y del más allá,
y es el río un pañuelo de seda azul que a tus pies vino a descansar.
Hay canciones no cantadas en las bocas de un huracán.
No me busques soledad, pues la brisa es la aliada de mi cuerpo desnudo de dolores, cautivo de la libertad.
Ni me llores amargura, que tus lágrimas se enternecen cuando lloras por los demás…

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Chile.

Imagen de: India © Joe Routon