No puede permitirse demasiados errores más. Hace bastante tiempo que ha perdido aquella extraordinaria visión de antaño. La que le permitía localizar la carroña incluso antes que las águilas calvas. Esa misma semana, ha hundido el pico varias veces, sobre algunas piedras, confundiéndolas con presas muertas, provocándose bastantes melladuras. Su aspecto es lamentable.
Ya no puede entrar con el pecho adelantado como hacen sus jóvenes congéneres, que perciben enseguida al anciano, dentro del grupo. Allí no existe el respeto, desde luego y casi siempre es relegado a la última posición, entre empujones. ¿Sabéis lo duro que es oler la carroña fresca, a un paso del pico y no poder llegar ni a catarla, mientras observas a los demás cómo se hartan?
Le invade la sensación de no pertenecer a nada o a nadie, ni siquiera a sí mismo. Mendigando migajas logra sobrevivir un día más. Quizás, ¡qué digo!, seguramente mañana será el último, de su volátil vida.
Atrás quedan esos días cuando enseñó a volar a sus polluelos, conquistó las mil y una hembras o logró batirse en duelo con los mejores de su especie, en aquel inhóspito territorio. Siempre indemne, orgulloso, triunfante…
Sale el sol del amanecer. Los tenues rayos, acarician el tibio cadáver. Una pequeña y solitaria pluma de su cuello, impulsada por el viento, anuncia el deceso.