Veo en las redes sociales que  algunos de mis amigos están que no paran de cumplir años, los pobres. Como hoy no es mi cumpleaños, me permito mirarles compasivamente, como si mi tiempo se hubiera quedado parado hasta que llegue mi día. Mi aniversario, se entiende. Desde la atalaya de mi “no-cumpleaños”, como diría Lewis Carroll, siento pena por ellos, porque sé que pese a las celebraciones, el paso de los días te produce como un arañazo en la cara y el pecho. Es el tiempo que no vuelve. Es el tiempo que no queda. Es el tiempo que, por increíble que parezca, se acabará en un momento dado ante el firmamento impasible. Es curioso que cuando yo cumplo años no me importe demasiado y cuando los cumplen otros, los veo como a enfermos terminales. Ergo… sí que me importa demasiado.

¿Qué podría decir a alguien en el día de su cumpleaños? ¿Te acompaño en el sentimiento? Pues no. Felicidades, que es más corto. No es nada ingenioso, no es una frase por la que te vayan a recordar… Pero es que en cien años nadie nos va a recordar, ni nuestros niños, así que, no te quemes y di simplemente felicidades. No vale la pena pensárselo más. Tempus fugit.

Sí. Tempus fugit. «Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus»Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo. Virgilio.

«Tempus fugit, sicut nubes, quasi fluctus, velut umbra». El tiempo se escapa como una nube, como una ola, como una sombra.  Mezcla de Virgilio y el Antiguo Testamento (Libro de Job).

Qué gran monje hubiera sido yo si hubiera nacido en otra época. Habría profundizado en el estudio del latín,  por el que siento un interés demasiado tardío. Me habría dedicado a escribir en mi celda, a leer las Escrituras y me habría escapado de vez en cuando a conocer a alguna novicia, qué sé yo.

Ay, pobres cumpleañeros. ¡Qué pena me dais! El paso del tiempo tiene cosas buenas. Nos iguala y nos une. Un anciano se parece más a otro anciano que a sí mismo en su juventud. Y no digamos un esqueleto en su nicho a otro esqueleto, o un montoncito de cenizas a otro. Así, transformados en desperdicios (Brossa en catalán significa desperdicios o broza o basura), nos sentiremos todos uno, y seremos mucho más amigos.

Tempus fugit. Vamos poco a poco perdiendo la identidad… Y la memoria.

En estos tiempos de pensamiento indoloro, y espíritu positivo de coach franquiciado, mis reflexiones no me harán muy querido, lo sé. Mejor os contaré otras cosas:

Llevo unos dieciséis o diecisiete años contando cuentos a mis hijos. En mi casa los cuentos se llaman “marianetes”. Es en honor al niño Marianete, el líder, personaje principal de todos mis cuentos, el cuál, hace  cuchipanda con Nechete, el bueno, Felisín el miedica, Gundi (-salvito) el divertido (Gundisalvo significaba en lengua germánica “gran alegría”), Marianita (efectivamente es medio novia de Marianete), Ramirillo… Con distintos diminutivos del español. Todo bien cursi, lo más cursi que podía, porque pensé que a las niñas había que educarlas en la cursilería, cosa que afortunadamente no conseguí. Se lo contaba a mis hijas y lo grababa (algún día quizá os pase alguno o lo meta en un podcast) pensando que quizás, de mayores, se tropezarían con estos cuentos y disfrutarían recordando momentos felices. Momentos felices y con sentido. Desde el primer día, jamás añadí ni olvidé a ninguno de estos niños de la pandilla imaginaria, que siempre montaban en patinete. Quizás alguien siga mi estela y dentro de cien años Marianete nos sobreviva… Es improbable, claro. Ahora lo he adaptado al gusto del pequeño.

Queridos cumpleañeros. La melancolía no debe viciarnos. Es un poco pre-depresiva, aunque a veces sea bonita. Melancolía es añorar todo lo que no ocurrió ni ocurrirá jamás, lo que no era como pensábamos y nunca lo será. Pero una vez idealizado todo, creemos que hubiera podido colmar por momentos nuestros sueños y albergar toda la belleza que en algún instante de falsa lucidez  pudimos imaginar. Todo el esplendor en la hierba.

 

“Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.

Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
Que en mi juventud me deslumbraba

Aunque nada pueda hacer volver
la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porqué la belleza subsiste siempre en el recuerdo.

En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la muerte.

Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo,
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.”

William Wordsworth, Oda a la inmortalidad. El autor que muchos conocemos solo gracias a la película de Elia Kazan, Esplendor en la hierba, con Warren Beauty y Natalie Wood. Lo confieso. Magníficas y juntas. La película, la oda y Natalie.

Corrían los finales de los setenta. Yo era un chaval muy larguirucho y pelilargo. Nos juntábamos con frecuencia en la casa de alguno de los amigos del colegio a hablar de las chicas que conocíamos, que nos traían locos. Uno de ellos tenía un disco de Paul Simon. “Still crazy after all these years”. Los que seguís mis lamentables escritos ya sabéis que tengo una relación simbólica con la canción principal del mismo nombre. Todavía loco, después de todos estos años.

¿Y este tío quién se creerá que es para tener canciones simbólicas? ¿Y además, qué nos importa?

Sí, sí,claro, me refiero a mí.

Y eso…

Hoy he sabido que mis amigos digitales cumplen años, los pobres, y he vuelto a tropezar en internet con el mítico, sobre todo para mí, disco de Simon.

Algo se gana con el tiempo, sí que es cierto. Pase lo que pase, después de todos los años, la juventud que parece que vaya a desvanecerse progresivamente de nuestra mente, pervive en el recuerdo, lo volvemos a vivir así, con otra fuerza y experiencia, demostrándonos que seguimos vivos después de todo este tiempo. Gracias a Dios, todavía locos.

¿Un poco más sutiles gracias a la edad tal vez?

Bueno, no estoy muy seguro de eso…

Y ahora, queridos amigos y amigas virtuales, cumpleañeros (los pobres cumpleañeros) escuchemos a Paul Simon una vez más. Mi regalo de cumpleaños consiste en pensar en vosotros, y en vuestros afanes también, como si fueran los míos. Da igual. Compartimos los anhelos, las ansias, las murrias y la sed de todos los humanos. Respirando el mismo aire, escuchemos otra vez esta canción. Tócala otra vez.

Tú acuérdate de sacudirte la nostalgia cuando acabe la música porque tempus fugit, y no me cansaré de repetirlo.

El tiempo se escapa como una nube, como una ola, como una sombra.

Aprovechémoslo. Carpe diem.

“…como una nube, como una ola, como una sombra”.