Al estar en primera línea, y si mis cálculos no fallan, debo de haber matado cerca de diez mil; entre hombres, mujeres y niños. Me dieron una ametralladora de treinta y cinco milímetros. Las balas literalmente los cortan en dos.
Ayer, en una de esas embestidas épicas, una explosión de granada se llevó todo el lado izquierdo del torso de una de esas cosas. Cuando su cuerpo colapsó, rompiéndole la columna, esa abominación continuó avanzando. Arrastrándose en los brazos.
A pesar de estar ya acostumbrado, aun no deja de asombrarme cada cosa que me a tocado ver. Siguen viniendo hacia ti hasta que aplastas su cabeza.
Hoy nos cambiarán. Otros vendrán de atrás para mantener la marea a raya. Hoy toca relevo.
Están podridos por dentro y por fuera. Hace diez meses, eran solo páginas de literatura de tercera clase.
Entonces llego la epidemia. Una epidemia que no distinguió de raza, credo, tendencia política o condición social. Un virus que incluso en algunos casos, a sacado a nuestros muertos de sus nichos. Los llaman engendros, podridos, muertos vivos.
Aquí están! Escucho a los hombres del cambio de turno gritando. Parecen celebrar. No se que podrían celebrar, estar un mes eliminando carroña no es motivo de fiesta.
El fétido olor de la llanura frente a la barrera de la ametralladora, que nos protege de sus avances, es el de millones de cadáveres que se convierten en mierda.
Pero basta de tener esa imagen en mi mente. Al amanecer me iré a casa. Pronto veré a la patrulla que viene a reemplazarnos a todos. Ahora el cielo se está despejando. A menos de veinte metros empiezo a distinguir una pierna temblorosa.
Es un ser gris y la sangre que sale de él parece pus.
Veo figuras que se acercan al pie de la colina. Me parece verlos tambalearse.
Ellos llevan puestos uniformes nuevos … una idea absurda invade mi mente.
Ciertamente estoy cansado …