A merced del viento, a bordo de alguna hoja de otoño que se ha separado de la primavera para dejarla partir, para dejarla libre y despedirse con colores de la última puesta de sol. Hoy anochece más tarde.
Primavera baila desnuda bajo la mirada inquieta de un otoño furtivo que no se atreve a acercarse, que debe irse pero es incapaz de no mirar. Entonces el olor a tierra mojada, el cantar de los grillos y las bicicletas que pasean con el buen tiempo son la prueba evidente. Debe irse y quizás jamás volver.
Es extraño no mirar atrás, pues en sueños te veo e inundas mis días como si se tratara de un eterno argumento al que recurro para no olvidar; como el mes de abril que llora siempre mirando al ayer; el mes de los poetas, de lo que fue y no será. Hoy ya no me lamo las heridas, rastreo tu olor y solo me lleva a la tierra más honda y al barro, a un lamento de cinco minutos que tiñe el cielo de negro, aunque ya no le temo.
A merced del viento me siento aquí en medio, del verde de mayo, del contar largo de las horas aunque con el recuerdo del otoño en las pestañas, como el rocío en las flores de madrugada que juega a caer o no caer, a irse, a volver…