Eran los últimos atardeceres de Marzo. El invierno se resistía a marchar, aunque el empuje de la primavera, que siempre llegaba pletórica, era demasiado fuerte. Los días empezaban a alargarse y lo mismo ocurría con las ganas de vivir. El aumento de las horas de luz era combustible para el ánimo y una autopista para la esperanza. Aunque los inviernos duraban prácticamente lo mismo que el resto de estaciones, estos se hacían muy largos. El último más que ninguno.

Allí tumbado, con los sentidos nublados por el dolor insoportable, tenía la sensación de que se estaba hundiendo en el infierno. Notaba como descendía y como iba perdiendo de vista la luz. Por debajo ya sabía, sin verlo, que todo estaba oscuro. Algunos bienintencionados le alargaban las manos para que se agarrara con fuerza y alzarlo. Pretendían evitar que las tinieblas, que son como tierras movedizas, le succionaran lentamente, pero conseguían el efecto contrario: tenía la sensación de que le empujaban todavía más. Levantaba el brazo para ver si alguien acertaba a cogerlo entre aquella maraña de ramas y raíces que se le venían encima mientras él se hundía bajo la tierra del bosque húmedo. Así lo veía en sus delirios. No podía distinguir la realidad de la alucinación. Tenía miedo de quedar enredado y enterrado para siempre en aquel lugar tan frío y tenebroso.

En alguno de los instantes en que se evaporaba la densa niebla de la muerte, esperaba con angustia que alguien le hiciera sentir que todavía respiraba, que aquel padecimiento era el signo vital definitivo para confirmar que seguía en la superficie, que pronto se despejaría la bruma y sus ojos volverían a ver el sol. Veía un montón de caras mirándole desde arriba con un rictus de espanto, como si se estuvieran preparando para hablar de él en pasado: «Es injusto, era una buena persona».

Los últimos atardeceres de Marzo a él no le llegaban. El invierno se alargaba y los días se repetían de la misma forma horrorosa. Sin saber muy bien de dónde salía aquella fuerza, se revelaba contra aquel pensamiento maligno y se sujetaba con fuerza a pequeños y cálidos acontecimientos que le permitieran compensar el dilatado calvario. Un destello en la inmensa oscuridad que le permitiera sumar las horas del día, y esperar el momento de humanidad que llegaría al día siguiente y que, aunque fuera breve, sería suficiente para no perder la esperanza. Cuando el sufrimiento se convierte en cotidiano, la mente tiende a organizarse el día porque es la única manera de mantenerse cuerdo.

Esperaba con ansiedad el minuto en que unas suaves manos apenas le rozaban mientras le curaban la herida. La más insignificante de las caricias le permitía soportar la tortura. Aspiraba a una mirada sincera, de esas en las que no hace falta hablar para decir mucho o una alegre que le proporcionará más paz que las mejores palabras de ánimo u otra totalmente diferente, pero igualmente eficaz, que no le hiciera sentirse como un anciano decrépito que ignora su propia existencia. Agradecía un ligero toque en el hombro que parecía decirle: «Aquí estoy si me necesitas». 

En unos de sus numerosos sueños surrealistas, tan llenos de fantasías oníricas como vacíos de coherencia, alguien le susurró:

La vida es un préstamo que la naturaleza nos otorga a largo plazo y a un interés muy bajo.

¿Cómo dices? ¿Quién eres?

Nacemos con una deuda que nos acompañará toda la vida, un préstamo que se nos ha concedido sin haberlo pedido, que tiene mucho valor sin saber realmente lo que cuesta y que no necesita garantías iniciales, sólo dos avaladores…

¡Despacio, que me pierdo! ¿Y qué pasa si uno no lo quiere devolver?

Imposible; no es negociable. Es individual e intransferible y siempre se devuelve. Todo el mundo sin excepción…

¿Entonces por qué a algunos se les endurece las condiciones de los intereses sin previo aviso?

El préstamo se devuelve y se paga de la misma forma, tanto si llega al vencimiento previsto como si alguien lo quiere cancelar anticipadamente: con la propia vida.

No me has contestado.

No podemos controlar las condiciones particulares para la devolución, pero sí el uso que hacemos mientras dura el crédito…

Se despertó sudando y confundido una vez más. Miró por la ventana y vio como brillaba el sol en una día que anunciaba ya la primavera. Este inundó por completo la habitación expulsado la negrura de la estancia y de su propia mente. Se incorporó y se acercó hasta el enorme ventanal. Su mirada se perdió en el horizonte encrestado que formaban las montañas que eran conocidas por la magia que ejercían sobre la población que vivía bajo su amparo.

¡No me quiero perder ni un solo día más como este! ¿Me escuchas? ¡No te voy a pagar todavía!

Entraron las enfermeras asustadas por los gritos y se sorprendieron al verlo de pie.

¿Qué haces levantado? ¿Te encuentras bien?

Mejor que nunca.