“Trepen a los techos
Ya llega la aurora”
Luis Alberto Spinetta
Desde que tenía memoria, y eso era desde mucho tiempo atrás, nunca había vestido aquel manto blanco que veía en algunos de sus hermanos. Miraba hacia el Norte, miraba hacia el Sur y lograba ver en la lontananza a algunos de sus hermanos y hermanas con aquel traje blanco eterno sobre sus cuerpos.
En las noches soñaba tener ese vestido sobre sí. Llegaba la aurora y al abrir los ojos veía que su cuerpo seguía desnudo como siempre. El sueño se hacía recurrente y obsesivo. La luna lo miraba en su sueño agitado y trataba de calmarlo con sus rayos. Los animales nocturnos se movían muy sigilosamente para no agitar aún más el sueño de aquel gigante.
Es cierto que al mirar hacia el Oeste veía a su hermano -que era más alto que él-, por lo general sin el deseado manto blanco sobre su cuerpo, aunque había visto algunas excepciones a través del paso del tiempo, y pensaba lo afortunado que era su hermano, y lo desafortunado que era él.
Esa madrugada había hecho mucho frío. Los habitantes de la ciudad, aunque sepultados bajo un manto de cobijas, estaban tiritando de frío. La aurora empezaba a despuntar sobre el cielo, y yo no podía dormir más, traté de volver a conciliar el sueño pero no pude. Después de varias vueltas en la cama, decidí levantarme y salir al pequeño patio que estaba frente a mi casa. Me senté sobre el cemento del patio y miré hacia el horizonte. Aquel gigante que siempre lo había visto desnudo ahora estaba cubierto por un manto de nieve.
La aurora lo había despertado con los rayos del sol y el resplandor del manto que cubría su cuerpo lo encegueció. Miró hacia el Oeste, su hermano también estaba vestido de blanco. Sintió sobre sí el peso y el frío de la nieve. ¡Qué sensación más deliciosa! Fue girando para mostrarles a sus hermanos su espléndido vestido de nieve. Al girar hacia el Norte, vio a un niño sentado en un patio de cemento. Vio su cara iluminada de asombro. Sintió el alma conmovida de aquel niño ante la visión de tanta belleza y por primera vez percibió el abrazo de lo humano con la naturaleza.
Hubo muchos más que lo vieron vestido de nieve desde los techos y azoteas de las casas en medio de la aurora y se sintió feliz de haber sido un instrumento de tal felicidad. El manto de nieve fue derritiéndose con el paso de los días hasta desaparecer de sus laderas. Sin embargo, cuenta la leyenda que desde esa noche el sueño del gigante fue tranquilo y sereno, los animales nocturnos ya no tuvieron miedo de que se despertara y dejaron de ser sigilosos. La luna siguió bañándolo con sus rayos por simple generosidad. Y yo, niño entonces y hoy adulto, me llevaré hasta la muerte la espléndida visión de aquella montaña cubierta de nieve.