“When I say that something
I want to hold your hand”
Lennon/McCartney – I want to hold your hand
Recuerdo que fue en una tarde soleada, cuando ella hizó su aparición con aquellos ojos azules verdosos que destacaban en su rostro, con aquel desparpajo típico en todos los niños y que ella lo mantuvo a lo largo de su vida.
Lilí debería tener unos 8 años de edad cuando la conocí, mientras que yo debía rondar los 10 u 11 años. Daniel, hermano de Lilí, tenía mi misma edad.
Vilma estaba dando clases a Daniel en el comedor de aquella casa de Las Palmas, Lilí tenía sus libros y cuadernos escolares en los brazos y, simplemente se sentó con nosotros a hacer sus tareas. Desde ese día, Lilí se sentaba con nosotros, aun cuando no precisaba de ninguna ayuda por parte de Vilma.
Así nos fuimos conociendo. Yo haciéndole muecas, ella pellizcándome. Yo poniéndome bizco y sacándole la lengua, ella diciéndome “papa frita… papa frita”. A veces, Daniel y yo nos encomphinchábamos y le hacíamos bromas. Ella se defendía y siempre terminaba diciéndonos, mientras ambos corríamos: ¡¡¡Son unos papas fritas y tú!!! –me miraba a mí– ¡¡¡eres muy papa frita!!!
Así fuimos creciendo, Lilí convirtiéndose en toda una señorita y Daniel y yo, en todos unos señoritos, que es un decir, porque realmente apenas llegábamos a ser unos mozalbetes desaliñados.
Nuestros mundos se fueron ampliando. Ella por su lado, Daniel por el suyo, y yo por el mío. Sin embargo, cuando nos reuníamos volvíamos hacer la banda de pilluelos que jugaban y se gastaban bromas.
Pero también había espacio para la tristeza. Lilí y yo nos convertimos en confidentes. Nos contábamos nuestros fiascos amorosos. Yo ponía el hombro para que ella colocara su cabeza mientras me contaba del papa frita que no le hacía caso o de aquel otro que la engañaba vilmente.
Cada quien iba en su mundo y llegó el día que nos fuimos separando de forma natural, imperceptiblemente pero de manera irreversible.
Con el paso de los años, mi madre y Vilma llegaron a ser muy amigas de Ginette, mamá de Daniel y Lilí. Fue por ellas, y en especial, por mi madre que me enteraba de la vida de ellos.
Así fue como supe que los problemas de aprendizaje de Daniel se debían a una afección cardíaca que disminuía la oxigenación al cerebro lo que hacía, a su vez, que las zonas del cerebro dedicadas al aprendizaje se vieran afectadas. Daniel fue operado y desde ese día vivió su vida a plenitud. De Lilí, poco se sabía. Recuerdo que estaba estudiando comunicación social y poco más.
La vida fue fluyendo y como suele pasar en las aguas, lo que uno ve en la superficie no es lo que realmente pasa debajo.
Aquella tarde mi mamá había ido a visitar a Ginette. Ginette en un momento de la conversación se quebró y, con un hilo de voz, le confesó a mi madre que Lilí tenía problemas con drogas.
Ginette, mientras tuvo fuerzas, hizó todo lo posible porque Lilí rompiera aquel círculo maligno y perverso de la droga, pero nada pudo hacer. Lilí seguía enganchada. Sé, por lo que contaba mi madre, que esa situación desgasto la salud de Ginette de manera importante.
Todo termino un día con su nombre y su fecha. Un día como cualquier otro. Un día con su sol, su viento, con las hojas cayendo de los árboles. Un día con su luna y con su noche. Todo terminó cuando encontraron a Lilí muerta con una sobredosis. Poco importa en donde la encontraron: en la calle, en la habitación de un hotel, en un bar… poco importa. La droga había acabado con la vida de Lilí. Su infierno había terminado.
Hoy escucho ese verso: I want to hold your hand… cantado en una versión melancólica, como si de una despedida o de un final se tratase, una versión muy diferente a la original en donde se le está cantando a un comienzo o nacimiento.
Hoy escucho ese verso: I want to hold your hand… y, sin saber la razón, el recuerdo de Lilí inundó mi mente y pienso que me hubiera gustado haber estado todos esos años al lado de ella para tomarle la mano y decirle que apoye su cabeza en mi hombro. Tomarle la mano y decirle que no está sola y que no hay nada perdido. Con sus dedos entre los míos decirle que su madre y Daniel la quieren con toda su alma a pesar de todo… y cuando por fin me quede callado escucharla decir “¡Tú sí que eres papa frita!”, en medio de su llanto y en medio de nuestra risa.