Sofía sorprendió a propios y extraños cuando anunció su firme intención de ingresar en un convento de clausura en la isla de Tenerife. Joven, alegre, con una tesis a punto de terminar sobre los ataques de piratas al archipiélago Canario desde los siglos XVI al XVIII, nadie pudo comprender la radicalidad de su decisión. Lo cierto es que sus argumentos eran tan poderosos como convincentes, sobre todo su manera de exponerlos, porque ¿quién podía renunciar a la llamada de Dios cuando se te manifestaba de modo tan cristalino? Mientras los demás veían un encierro de por vida en la oscuridad de la soledad, ella solo hablaba de libertad y felicidad. Bien es verdad que a sus más allegados no les sorprendió tanto pues llevaban tiempo viendo que su investigación para la tesis la había llevado a un punto cercano a la obsesión. Quizás no pudo aguantar la presión; quizás sus nervios terminaron por romperse y quiso aislarse de todos y de todo, pero en especial de su dichosa tesis sobre los piratas.
Ni siquiera sufrió en lo más mínimo cuando prescindió de su largo cabello, que con tanto mimo había cuidado desde su adolescencia. No le hizo ascos a desprenderse de todas las comodidades. No miró hacia atrás cuando entró en el convento, lo que demostró, una vez más, la entereza de su vocación.
Las monjas se alegraron de la nueva incorporación. Siendo la mayoría de ellas de edad avanzada, Sofía hizo cuanto estuvo en su mano para alegrarles la existencia. Durante meses pensaron las hermanas que Dios les había bendecido con un regalo como ella. La vida en el monasterio no era, ni de lejos, tan aburrida o monótona como todos sus amigos le habían advertido. Disfrutaba con cada detalle, con cada rezo, con cada cebolla que pelaba. Lo único que se le resistía era irse a la cama tan temprano. Las hermanas, agradecidas por la dicha que portaba siempre en su ánimo, le permitieron acostarse cuando quisiera.
Una mañana de mayo, tras dos años de permanencia en el convento, Sofía no apareció en el desayuno. La buscaron por todas partes pero no había rastro de ella. Ante una situación tan anómala, acudieron a la capilla para rezar. Fue entonces cuando se percataron de que el pequeño tríptico del altar había sido arrancado de la pared, descubriendo un hueco lo suficientemente grande para esconder algo. En el suelo, junto al hueco, hallaron un papel. Al cogerlo, cuál sería su sorpresa al ver dos preciosas gemas azules. El papel llevaba un mensaje:
“Por los desperfectos. Gracias por su hospitalidad. Sofía”