—Como supongo que ya sabrán, el inspector Tontinus me dio permiso para que me marchara a casa mientras él continuaba con las pesquisas.

En ese momento Tontinus la miró sorprendido. ¿Cómo era posible que supiera que había mentido a Quartich y encima le siguiera la corriente? ¡Acaso había llegado por fin a su corazoncito! ¿Aún había una esperanza para él?

—Cuando aguardaba a que viniera a recogerme otro transporter patrulla, alguien me asaltó por detrás. Fue tan de repente que no lo vi llegar y tampoco me dio oportunidad de sacar mi arma reglamentaria para defenderme…

—¡Permítame un inciso, subinspectora! —dijo Quartich movido tan solo por la curiosidad—. ¡Por favor, no se ofenda!  ¿Pero dónde lleva usted el arma cuando… viste de esta manera?

Se puso verde porque le daba vergüenza formular la pregunta de una manera tan directa. No quería que ella le tomara por quien no era. Se vanagloriaba de haber respetado siempre a las reptilianas incluso en un ambiente tan machista como el del ejército. Holt, que se dio cuenta de su azoramiento, continúo por ese camino. Pensó que era una buena manera de desviar su atención.

—¿Se refiere al vestido que llevo? Le parece demasiado ceñido, ¿no? Le confesaré una cosa —dijo poniendo morritos y lanzándole la lengüecita bífida de aquella manera que Tontinus encontraba tan encantadora—: no es que suela ir así vestida cuando voy a trabajar. Pero el inspector me llamó de improviso en mi noche libre para que lo acompañara en esta misión y no me dejó tiempo para ir a cambiarme. No sé por qué, pero creo que usted jamás haría algo así a sus subordinadas.

Entonces decidió desplegar todas sus dotes de seducción. Se contoneó delante del coronel mientras le hablaba. No quería revelarle que en realidad no iba armada, algo que Tontinus tenía que saber por fuerza. Esperaba que, igual que ella había tapado su mentira, él le devolviera el favor ahora. Cruzó los dedos de su garra, porque con Próculo Tontinus nunca se sabía…

—Claro está, que una reptiliana policía que se precie siempre tiene un recurso a su alcance para esconder su arma. No pretenderá que le confiese mi pequeño secreto. ¿Verdad, coronel? No sería apropiado. Además —añadió por si acaso insistía—, me temo que en algún momento de la refriega se me debió de caer: ya no la tengo.

Dijo esto mirando por el rabillo del ojo la temida reacción de Tontinus ante su flagrante mentira, pero esta no se produjo. Parecía que por una vez había captado el mensaje. Por su parte, el coronel, turbado por el cariz que estaba tomando la conversación, decidió dejar el asunto del arma a un lado.

—¡Cuéntenos, subinspectora! ¿Qué pasó después?

—¡Eso! —por fin Tontinus se atrevió a meter baza—. ¿Qué le ocuguió? ¡Estamos impacientes pog sabeglo!

Quartich lanzó una mirada de desaprobación a Tontinus que le hizo temblar de la cabeza a los pies. Había que ver cómo ese reptiliano destilaba autoridad por todos los poros de sus escamas.

—El asaltante, me llevó por… por allí.

Señaló de manera improvisada la dirección opuesta a donde había dejado a Ripli y a los niños, que seguían los acontecimientos atentos a la magistral actuación de la reptiliana.

—¿Y después…? —preguntó Quartich cada vez más intrigado.

—Me llevó a su guarida, una especie de cueva. Estuve un rato allí, tumbada en el suelo y sin poder ver nada a causa de la oscuridad reinante. ¡Como comprenderán estaba aterrorizada y temiendo por mi vida!

—¡Muy comprensible! —intervino el capitán Farrus, simplemente para demostrar que seguía allí.

—Sí, muy comprensible, en efecto —corroboró Quartich—. Por favor, continúe con su estremecedor relato, subinspectora.

—Entonces, ese ser inmundo y repugnante —Holt puso cara de asco y suspiró—, ese monstruo, ese engendro, se apartó de la entrada y al penetrar algo de luz lo pude ver a un palmo de mi cara.

Para resultar más creíble, recurrió a los evocadores recuerdos de cuando sufrió el pequeño asalto por parte de Jonás, e hizo una descripción muy exacta del gato, salvo por el tamaño, ya que en su relato acabó convertido en un felino gigante de dos metros.

—Era… era negro y peludo y con unos colmillos así de grandes —dijo extendiendo los miembros superiores cuanto pudo—. Además, tenía unas garras enormes, capaces de partir a un reptiliano por la mitad de un solo zarpazo —seguía adornando su narración con todos los detalles que se le iban ocurriendo.

Pego entonces —se atrevió a decir Tontinus, que espantado ante los hechos que narraba Holt olvidó por un momento las miradas amenazantes de Quartich—, es un vegdagego milaggro que haya conseguido salig con vida de esa cueva.

—Así es, inspector —Holt continuaba añadiendo dramatismo al asunto—. El monstruo se quedó dormido y yo aproveché para escapar de la cueva. Pero luego tropecé con una rama y me caí al suelo. Entonces él se despertó y vino hacia a mí, pero yo reculé como pude y me escondí en un hueco entre unas rocas, donde el monstruo no cabía. Luego, enfurecido por mi astucia metió su zarpa con muy malas intenciones, y yo le aticé el mordisco más grande que pude. En aquel momento se retiró retorciéndose de dolor y yo corrí y corrí y seguí corriendo como una posesa, hasta llegar a donde estaban ustedes. Fue entonces cuando mis fuerzas flaquearon y me desvanecí en los fuertes brazos del coronel.

Terminó su relato poniéndole ojitos lánguidos a Quartich. No se atrevió con la mirada zalamera porque hubiera resultado demasiado obvio para todos los presentes. Con tanto halago, al coronel se le aceleró el pulso y se le subió el verde. Pero al verse tan cerca de su objetivo trató de centrarse de nuevo en él: capturar a ese alienígena y trasladarlo junto a su nave al área 31. Lo que el ejército o el gobierno hiciese después con ellos ya no era cosa suya. Él se limitaría a cumplir órdenes. Con esa actitud demostraba hasta qué punto era un militar disciplinado y bien entrenado.

—Y dígame, subinspectora: ¿Cree que hay alguna probabilidad de que ese monstruo, ese ser gigantesco y extraño que la secuestró, sea el alienígena de esta nave?

—¿Qué si estoy segura, coronel? ¡Segurísima! No me cabe ninguna duda de que se trataba de él.

En esas, llegaba el destacamento que esperaban. En total eran unos ocho o diez reptilianos y cinco vehículos entre los que destacaba un descomunal destructor CTX25 último modelo y una grúa Saurona BTH40, la más grande de entre todas las que disponía el ejército. Al verlo, Holt intuyó de inmediato las intenciones de Quartich. Tenía que impedir a toda costa que se llevaran la nave de allí o Ripli estaría perdida y jamás podría regresar a su planeta. Entonces improvisó sobre la marcha.

—Coronel, ¿no cree que sus soldados deberían buscar primero a la niñita reptiliana antes de llevarse la nave? —esta vez empleó un tono lastimero—. ¡Estaba muy cerca de la cueva cuando la vi por última vez! ¿Se imagina si ese ser llegara a atraparla? Seguro que no encontraríamos de ella ni un cachito así de pequeño —dijo mientras lo indicaba con un gesto—. Lo he visto actuar y sé que se la podría tragar de un solo bocado…

—¿Por qué no nos habló antes de la niña? ¡Estoy seguro de que no la ha mencionado hasta ahora! —inquirió Quartich confuso.

—Lo siento, coronel —se disculpó Holt con lágrimas en los ojos—. Estaba tan aturdida… que no lo he recordado hasta este mismo momento. ¡Pero prométame que hará todo lo posible por salvar a esa criatura inocente! Tiene usted que hacerlo, por la reliquia del Huevo de la Gran Madre Reptiliana, aquella que puso el primero de nuestra especie. Emplee a sus reptilianos para rescatar a Cris de las garras de ese terrible monstruo. Es una niña tan dulce e indefensa que se lo merece todo. ¡Piense en sus padres, coronel…!

Como vio que ya casi lo tenía en el bote pero que aún estaba dudando, añadió:

—Yo he estado allí y les puedo guiar hasta ese lugar. ¡Por favor se lo pido, coronel Quartich! No interponga su fama a la vida de una niña inocente. Cuando esté a salvo, ya podrá volver aquí y llevarse su nave. No habrá nada que se lo impida. Al fin y al cabo, la nave seguirá aquí, no creo que pueda moverse sola —concluyó su perorata con un cinismo impropio de ella, pero las circunstancias así lo requerían.

El coronel Quartich quedó plenamente convencido ante esos argumentos incontestables. Si salvaba a Cris, lo aclamarían como a un héroe y además luego podría terminar de cumplir la misión que se le había encomendado. Ya se veía luciendo los galones de general y la Medalla de la Primigenia Orden de los Reptilianos de Belenus, la condecoración más codiciada de todo el Imperio.

Entonces Quartich instó a Holt que los guiara inmediatamente hacia la guarida del alienígena y ordenó a todos que la siguieran. Tontinus, que también esperaba sacar tajada del éxito del coronel Quartich, se sumó a la batida. Holt consiguió así que el lugar quedase completamente despejado para Ripli y los niños.

Ilustración original de Juanjo Ferrer para el libro editado por Desafíos Literarios