Nos despertamos al unísono. Ella vestida con un pijama a rayas en degradé en colores vivos, yo, vistiendo un short blanquecino y una remera ceniza.

Natalya se levanta, me mira, sonríe, me bautiza con susurros de buenos días, entre sonrisas, se lleva su mano a la boca y me envía un beso soplando su palma, la brisa hace mella en mí y me derrite, cierro los ojos y río de placer, ella se da vuelta y camina con destino al desayunador, no se percata del albor que irrumpe por la ventana y la acompaña iluminando el pasillo.

El sol se pasea en el espacio dejando su cálida aurora. Ella no lo advierte, se desplaza por la habitación, despreocupada, observándome, llena de misterios, sensual, se percibe en su cara una expresión de felicidad, la miro fantaseando con poseerla, nos encontramos en una mirada fogosa, nos contemplamos, reímos en silencio, fundiéndonos entre miradas perversas.

Me habla, carcomiendo sus labios, su vista se vuelve perturbadora, se desplaza de un lugar a otro, sigilosamente, convirtiendo el ambiente en una pasarela, derrochando sensualidad por el departamento.

Me lleva a la cocina, prepara el desayuno, bebe un té con leche, yo me quedo inmóvil, como un objeto perdido, contemplando su encanto, recorriendo con la vista, cada detalle de su ser, observando su esplendor, su cuerpo, ella se presenta despreocupada de toda situación.

Se descubre desnuda, lo sé. No deja de mirarme, sin expresar palabra alguna, sus ojos penetran mí ser y me descubre toda intención. No me atrevo a romper este contexto, y enmudezco, me llamo a silencio, inerte, la acoso con miradas, me desplazo junto a ella, recorro el sitio a su lado.

Se dirige al sanitario a tomar su habitual baño, deja que presencie su lavado, la contemplo en silencio, observando su piel, sus curvas y su esbelto cuerpo.

Se unge la mano con jabón liquido que disemina por todo su cuerpo, desplaza el linimento por su piel rosada, acaricia su cuerpo enjabonado con sus yemas sobre su contorno, su mano se desliza por sus brazos, resbalando entre bálsamos y zonas de su ser. Parece excitada. Me ojea, se fricciona las manos, y me mira, mordiéndose el labio inferior. Me incita, descubro su mirada sicalíptica y cafre.

Se rocía de agua que agasaja su ente, aseándola y dejándola fresca.

Distingo como las partículas de agua eclosionan y se deslizan por su cuerpo, conmemorando a “Galatea de las esferas”.

Batallo con mi erección, tratando de sobrellevar la escena, poso mi mirada al techo, buscando distracción, imagino encontrarnos en la estepa ucraniana, recorrer la península de Crimea sobre la costa septentrional del mar Negro, esperando el lubricán entre besos y propósitos.

Despabilo, tal vez por el sonido de su tropezón, la persigo, mansamente, ella retribuye mi mirada con una sonrisa, quedo perplejo, sus ojos, su mirada, su sonrisa, me cautiva.

Natalya decide hablarme. No entiendo sus palabras, me acerco a mirar sus labios, ellos se contraen, se expulsan, se desploman y vuelven, suben, bajan, mi mente está sumergida en su istmo de las fauces, no entiendo lo que trata de decirme, ella sigue emitiendo palabras que llegan como sonidos lejanos, se ríe, mirándome una vez más. Se la nota feliz. No deja de echarme un vistazo, mientras camina y ríe.

Se dirige al escritorio. Recoge sus pertenencias y las introduce en su cartera. La observo, se sonríe, me sonrió, despedazo mi silencio, y le pregunto por su tiempo. Me contesta, dialogamos, nos sonreímos y sonrojamos como adolescentes. Ella se apresura, va a clases de yoga, mira fijamente el teléfono y me dice, “Kohaniy”, cerrando el skipe.

Quedo perplejo, me dirijo al ventanal, observo la meseta esteparia soleada, unos rayos de sol aluzan la vegetación herbácea. Sus rayos alumbran una mata particular, resinosa con ramas leñosas y erguidas, de color verderón oscuro, envuelta en coirones, que me atrae la atención, se parece a la silueta de Natalya.

Me desplomo pensándola, caigo en mi aposento, me doy vuelta sobre la cama con el celular en la mano, miro el Skipe, llamada 78 minutos.

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