Solo era cuestión de tiempo. Algo anunciado.

En una escuela de Massachusetts han prohibido la «Odisea» de Homero. Han retirado el texto del plan de estudios. Sin complejos. Los profesores hasta se han felicitado entre ellos, como si fuera un éxito, algo que escribir en un post-it para después pegarlo en la puerta de la nevera. Se jactan incluso en las redes sociales. Deben creer que son estupendos, muy molones y enrollados. Lo mejor en pedagogía. Los número uno. Esto lo anuncia/denuncia «The Wall Street Journal», al igual que la batalla que algunos de esos han emprendido contra los textos clásicos, los que nos han hecho pensar y avanzar en el pasado, los que nos han traído hasta el presente las lecciones más valiosas de la humanidad y la historia. Los que ahora avientan esta política argumentan lo de siempre, lo que ya hemos escuchado tantas veces en los últimos años: que si sexismo, que si violencia, que si Dios sabe qué otros topicazos… Aunque, eso sí, de lo que no comentan nada es de la violencia que supone mutilar cuentos tradicionales a las bravas o purgar las páginas de Scott Fitzgerald, que no lo tiene claro ya hoy, así que en el futuro lo tendrá peor. Todo en aras de lo políticamente correcto, para que no se ofenda a nadie, claro. Ciertos movimientos, subidos al tsunami que suponen hoy en día las redes sociales, propugnan una pedagogía hecha para moldear analfabetos más que para hacer ciudadanos. Son unos tipos que defienden una enseñanza para crear ignorantes más que alumnos formados, con espíritu crítico, solvencia intelectual, preparados para distinguir entre el bien y el mal, lo que es correcto o lo incorrecto y lo que es ético o no. Por eso se enseña en los institutos a tipos como Homero, como Cervantes. Ahí está el principio de todo. Pero se avanza hacia unas aulas y unas literaturas amordazadas, capadas por estos cruzados de la incultura. Lo peor es que estos tipos no son gente abierta, tolerante, dispuesta a escuchar o intercambiar opiniones, a salir de su error o sacarnos del nuestro. Para nada. Uno de ellos ha afirmado que preferiría «morir» antes que enseñar «La letra escarlata» de Nathaniel Hawthorne, así, sin rayarse ni cortarse un pelo. Detrás de estos adalides de la tolerancia, me temo que lo que existe es mucho prejuicio, mucho resentimiento, mucho odio. Y evidente incultura.

Fuente: La Razón