Rota, deshauciada el alma y aterida
se fueron con la vida hacia otros brazos
que le dieron cabida en los abrazos
de un cielo nuevo, en una eterna vida.

Sin espacio en el mundo ni cabida
sintieron en su cuerpo los zarpazos
de una muerte que a crueles martillazos
fue llenando de soledad su herida.

Una mano de impotencia y ternura
lo sostiene mientras va a su destino.
Ausente del calor de una mirada

se dona presto a la guadaña impura
que a recorrer le apresta su camino
y le señala su última morada.