Al día siguiente, mientras desayunaba eché de nuevo una ojeada a la actualidad. Lo que solía hacer antes de ponerme a escribir, porque luego el trabajo me abducía y ya no tenía tiempo de nada más. La mayoría de los días, salvo que tuviera alguna reunión con Amalia o con la editorial, ya ni salía de casa. Los diarios digitales me mantenían al tanto, pero la verdad es que no sé ni para qué me molestaba en hacerlo: siempre las mismas malas noticias en los titulares. No se hablaba más que de la crisis, de la corrupción política y de los inmigrantes. Una vez que consideré que ya estaba bien informada, dejé de lado los diarios y me concentré en escribir el artículo para Hoy tendencia. No quería recibir otro rapapolvo de Amalia. La verdad es que me llevó toda la mañana, pero por fin lo tenía acabado a eso del mediodía. Me limité a enviárselo por email. No soportaba la idea de volver a hablar con ella. Desde luego, no contaba con que me llamaría al móvil a los pocos minutos de recibir mi correo. Sin embargo, yo aún estaba muy dolida por la discusión del día anterior y no dudé en rechazar su llamada. Ella, que no se dio por vencida, me envió unos wasaps. Entonces decidí bloquearla, aunque la curiosidad me pudo y antes de hacerlo leí sus mensajes:

Cielo, no me tengas en cuenta lo que te dije ayer. Me sentía muy presionada y perdí los nervios.

La frase estaba rubricada con unos bonitos corazones. A continuación me escribió:

Perdona, si es que no sabes cómo voy yo también de liada. Vamos esta tarde a tomar un café y lo solucionamos. Te quiero, guapa. Lo sabes, ¿no?

Tres caritas besuconas eran las que cerraban en esta ocasión la misiva. Pero ni por esas me ablandé. Sin ningún remordimiento por el desplante que le acaba de hacer a mi amiga, pero sí muy cansada por toda una mañana de intenso trabajo, me eché en el sofá a ver la tele un rato mientras se hacía la hora de comer. Por lo visto debí de quedarme dormida porque al cabo de un rato me sobresaltaron unos despiadados timbrazos. Cuando pregunté quién era por el telefonillo, me lleve la sorpresa de que era Amalia en son de paz y blandiendo como bandera blanca unos rollitos de primavera y otras especialidades chinas. ¡Cómo me conoce! Sabía que no me podría resistir. Me pirran los rollitos, son mi debilidad. Anótalo, mamá. ¿A qué tú no lo sabías? Aquel gesto de mi amiga me desarmó por completo: ¿cómo podría haber seguido enfadada con ella?

—¡Oh, Dios! ¡Pero cómo eres, Amalia! —le dije mientras le franqueaba la puerta ya con una sonrisa en los labios.

—¡Si la montaña no va a Mahoma …!

—¿Me estás comparando con una montaña? ¿De verdad que te parezco tan gorda? —lo dije en plan de cachondeo, pero Amalia sabía de sobra que yo me tomaba ese asunto muy en serio.

—Sí, pero no te quejes, que tener barba sería peor —dijo riendo para desviar mi atención del espinoso tema de los kilos.

En un momento preparamos la mesa de la cocina, descorché una botella de vino blanco que por casualidad tenía en la nevera y nos pusimos a comer.

—¿Cómo se te ha ocurrido venir? Podría no haber estado en casa…

—¡Cómo si no te conociera! Si es que te encierras aquí y si no viniera nadie a sacarte, te pasarías las semanas enteras sin ver la luz del día. ¿No ves lo pálida que estás?

En aquel momento me miró con esos ojos suyos azules tan increíbles y continuó hablando, esta vez dejando un lado el tono de recriminación con el que había empezado.

—Vale… Y porque te lo debía. Lo del otro día estuvo mal, pero que muy mal, lo reconozco. ¿Me perdonas? —añadió haciéndome carantoñas.

—¿Que si te perdono? Ahora en cuanto terminemos, recoges tus cosas y te vas por donde has venido? —Casi me muero de la risa al ver la cara que ponía, la pobre. Así que tuve que acabar rápido con la broma—. Pues claro que te perdono, mujer. ¿Para qué están las amigas si no? Pues para gastarse putadas y perdonarse después —respondí a la pregunta que yo misma había formulado.

Luego preparé café y pasamos a tomarlo al salón.

—¡Oye! ¿Y te ha llamado Ricardo Ballesteros, el concejal? No te puedes imaginar lo pesado que se puso el hombre para conseguir tu número. Le estuve dando largas desde lo del Nuevo Ateneo, pero la semana pasada me pilló en un momento flojo y me lo sacó sin que me diera ni cuenta. ¡Qué insistencia la de ese hombre!

—¿Y se puede saber por qué no se lo querías dar? —pregunté algo molesta—. ¿Desde cuándo te has convertido en mi carabina? ¿Pues sabes qué te digo? Que es un tío de lo más encantador.

—Entonces sí que te ha llamado. Por favor, Sandra, dime que no has salido todavía con él.

—¿Y por qué no habría de hacerlo? Para que los sepas, hace dos noches… Me llevó a la ópera y luego a cenar —puntualicé—. ¿Ves ese ramo de rosas? —lo tenía colocado bien visible en una de los estanterías  y lucía en todo su esplendor—, pues tuvo el detallazo de enviármelo al día siguiente, o sea ayer. ¿Qué pasa? ¿No crees que ya soy mayorcita para decidir con quién salgo y con quién no?

—No te lo tomes por la tremenda, Sandra, que solo me preocupo por ti. Tiene fama de seductor, por decirlo finamente. Aunque con un poco de suerte tú ya eres demasiado mayor para él. Dicen que le gustan muy jóvenes…

—No digas tonterías, Amalia. Se ha fijado en mí y ya tengo treinta. Así que tan jóvenes no serán —lo defendí.

—Tú verás, pero que sepas que sé todas sus ex echan pestes de él, y la que más su exmujer.

—Entra dentro de lo normal, ¿no? —respondí indignada—. Si todo fuera de color de rosa, Ricky…

—¡Huy, que lo has llamado Ricky! —Su gesto risueño se tornó en un aspaviento—. Ahora sí que estás  perdida—apostilló riendo.

—Pues eso… que seguiría con alguna de ellas y no saldría conmigo —dije retomando el hilo de la conversación—. Si tuviera que descartar a todos los hombres cuyas ex van diciendo algo malo de ellos no encontraría con quién salir. Además, ¿no lo dirás porque tú eres una de ellas?

—¡Mira que eres, hija…! ¡Es que todo lo sacas de quicio! Yo te aviso porque soy tu amiga. Y sí, ya que ha salido el tema: quedé con él un par de veces hace ya un tiempo. Pero no llegamos a nada, aunque él me entró con todo, para que lo sepas. Pero no sé… ese tío tiene algo que no me termina de gustar.

No me tomé bien la advertencia de Amalia. La creí exagerada y sin fundamento. Por el contrario, parecía que el interés que mostró en que no saliera con Ricky me incitó aún más. El resto de la tarde transcurrió con una disertación casi científica sobre la cuestión, hasta que Amalia se marchó, pasadas las diez de la noche. Y aunque no pudimos ponernos de acuerdo sobre aquel tema, al menos habíamos hecho las paces. Yo sabía que pasara lo que pasase Amalia siempre estaría de mi parte.

Al día siguiente fue Carlos quien me llamó a eso de media mañana. Me dijo que necesitaba verme sin falta. Lo noté muy alterado. Tenía que contarme algo muy importante que había descubierto. Por más que insistí no quiso adelantarme nada por teléfono, quería decírmelo cara a cara. Nos citamos el domingo por la tarde en un café del centro.