Ya has salido de la UCI y estoy muy contenta porque por fin te puedo visitar en la planta. Todo marcha sobre ruedas. Has superado muchas complicaciones, muchos obstáculos y trampas que ese cuerpo tuyo, todavía joven, pero tan cansado, te había puesto para impedir que te restablezcas. Pero no. No me hago ilusiones, sé que esto te ha dejado muy tocada y que la recuperación no va a ser cosa de cuatro días. Raquel y yo tenderemos que ayudarte mucho para que vuelvas a ser la de siempre: nuestra mamá querida. Pero aun así me siento feliz. Feliz porque sigues aquí, con nosotras, que es lo que más deseo en el mundo. Eso y que Carlos vuelva de Grecia, claro. Pero como esto último no depende de mí sino del propio Carlos, prefiero centrarme en ti. Los médicos me han advertido de que hoy todavía estarías medio grogui, porque la medicación te la irán retirando poco a poco. Así que no me extrañaría nada que no recordaras nada de lo que te estoy contando.
¿Sabes, mamá? Tienes las manos muy frías. Voy a echarte una manta por encima, no vaya a ser que te enfríes y perdamos todo lo que hemos adelantado, que miedo me da si tenemos que empezar otra vez. ¿Quieres un poco de agua? ¿No? ¿Seguro que no necesitas nada? Vale, continúo entonces. No puedo parar de pensar en lo afortunada que me siento de tenerte tan cerca de nuevo. Los días de la UCI han sido muy duros, pero ahora todo irá mejor. Podré estar más tiempo contigo, todo el que necesites, mamá. Yo me encargaré de todo para que Raquel, pobre Raquel, se pueda dedicar por un tiempo a arreglar sus asuntos. Y es que no te lo habíamos dicho aún, pero se va a divorciar de Iván. Sí, a mí también me pilló por sorpresa, porque es tan reservada para sus cosas… Cuando éramos pequeñas ella y yo siempre nos lo contábamos todo, pero luego nos fuimos distanciando hasta convertirnos casi en extrañas. A cada golpe que nos daba la vida el abismo se iba haciendo mayor: primero la muerte de papá, luego la de Elena, mi trastorno de alimentación… Sin embargo ha sido tu enfermedad la que nos ha vuelto a unir. Y eso también me hace feliz, aunque como es lógico, me duele lo que ese canalla de Iván le ha hecho a nuestra Raquel. Ya ves, toda la vida teniendo celos de ella, de su matrimonio perfecto, de su vida de película, y ahora solo siento mucha pena por lo que le ha sucedido. Ojalá no hubiera tenido que pasar por este trago. Y es que no se puede ser más sinvergüenza. Un lobo con piel de cordero, eso es lo que es Iván. Un miserable disfrazado de hombre encantador y pluscuamperfecto. Resulta que se la llevaba pegando a Raquel con una chica de su oficina, una tal Martina, desde ni se sabe. ¡Y la pobrecita mía sin enterarse! Hasta que a raíz del último viaje de negocios Raquel, que se ve que ya a última hora se olía la tostada, destapó todo el pastel con unas cuantas llamadas de teléfono. Y una vez descubierto el tema, pues que si te he visto no me acuerdo, que lleva viviendo con la otra desde que volvieron del viaje. Parece que ni siquiera le importan ya sus hijos y ni a recoger sus cosas ha pasado, que yo de Raquel las ponía todas juntas, las rociaba a base de bien con gasolina y les prendía fuego. ¡Qué falla más bonita se le iba a quedar! Oye, que para ella mejor, no te creas que no le he pensado. Porque está tan enamorada y lo quiere tanto que si volviera con las orejas gachas pidiéndole perdón, ella le daría otra oportunidad, estoy segura. Aunque en el fondo de su corazón supiera que quien lo ha hecho una vez ya no es de fiar. Así que, por muy grande que haya sido el golpe, un tío así cuanto más lejos mejor. Aunque claro, ahora mismo se encuentra destrozada y echa un mar de lágrimas y sin poder parar a respirar y coger fuerzas porque tiene que seguir en la brecha, ya sabes ocupándose de su casa y de sus hijos, porque el otro pasa de todo… ¡Qué gran mujer es mi hermana! Siempre la he querido y la querré, eso ni se discute. Pero te das cuenta de la diferencia: durante mucho tiempo me comparaba con ella, envidiaba todo lo que ella tenía; ahora sencillamente la admiro.