Sabes que yo me hice escritora por Carmen, quiero decir por Carmen Martín Gaite. Un buen día cayó en mis manos una de sus novelas y me enganchó de tal manera que decidí que yo quería escribir historias como esa. Si aquella decisión fue para bien o para mal se debería preguntar sobre ello a mis lectores, que alguno que otro voy teniendo hoy por hoy. Y sí, como a ella, a mi adorada y queridísima Carmen, también a mí me parecía que todo era cuento roto, no ya en Nueva York —o en Valencia, ciudad en la que nací y en la cual siempre he vivido—, sino en la vida misma, que a veces no me parecía nada más un castigo impuesto por vete tú a saber qué pecado cometido. Yo era esa mujer perdida, con los brazos caídos y la mirada estática que jugaba al escondite con la vida y ya no esperaba nada.  De verdad que lo era hasta hace bien poco. Siempre puse mi empeño en escapar de todo lo malo que ocurría a mi alrededor sin darme cuenta de que una buena actitud es la mejor vacuna contra el infortunio. Quiero poner todas mis energías en superar las pérdidas que he tenido y poner coto a mi desastrosa vida sentimental. Hace poco volvía a hablar con Carlos, que se vuelve para España en unos meses porque allí ya no puede hacer nada y la situación se ha vuelto muy difícil para los periodistas desplazados. Espero con impaciencia su regreso y quién sabe si en esta nueva etapa que se abre ante mí la vida nos dará una segunda oportunidad. Te confieso que tengo miedo de que sea él quien me rechace esta vez por los desplantes que le hice en su momento, aunque sé que no me guarda rencor. Todo lo contrario, siempre me ha demostrado lo mucho que le importo a pesar de que lo nuestro se rompiera. Desde luego, no pierdo la esperanza de que continúe enamorado de mí y es una de las cosas que más me motiva a seguir adelante, a ponerme en pie cada día.

Estoy en el buen camino para superar mi enfermedad: la anorexia. Sí, la ANOREXIA, con mayúsculas porque es una enfermedad muy cabrona que a punto ha estado de desgraciarme la vida y por eso tengo llamarla por su nombre, para plantarle cara con todas las fuerzas de que soy capaz. Y en cuanto a Raquel, ¿qué te voy a decir? Sé que durante mucho tiempo he sido injusta con ella, que si se metía en mis cosas era por ayudarme, porque me veía sufrir y yo se lo pagaba echándoselo en cara. Qué paciencia ha tenido mi gemela, mi hermana del alma, mi otra mitad. Ahora sé que la quiero tanto como ella me quiere a mí. Lo sé, lo sé bien. Tardamos mucho tiempo en arreglar nuestras diferencias, pero ahora que ya lo hicimos nada nos volverá a separar.

Sé que el mundo continuará siendo un asco pero yo intentaré ser feliz. Hoy por fin soplo con fuerza para apagar la llama de la soledad.

 

 

 

Photo by Jorge CG