—Si no tienen más preguntas que hacer, damos por concluida la rueda de prensa —concluyó el capitán.
—Nos hemos desplazado para nada —escuchó decir Alex a uno de los reporteros, el mismo que salió zumbando seguido de su camarógrafo.
Alex estaba asqueado con las preguntas de los periodistas, como no había morbo lo buscaban a toda costa, si no hay noticia, créala, parecían decir con cada una de sus cuestiones. Se terminó de un sorbo el café, hizo una mueca de asco ya que se le había quedado frío y salió a que le diera el aire y se encendió un cigarrillo. Necesitaba pensar. Todo el revuelo que se había levantado alrededor del descubrimiento le había quitado tiempo para la investigación que estaba llevando a cabo paralelamente y por su cuenta. Tenía que descubrir quién estaba detrás de las cartas que le estaban llegando a Yolanda Duperly, y, desde luego, necesitaba descubrir qué había pasado con Ramiro. Se lo había prometido a Yoli y él siempre cumplía sus promesas. Al salir a la calle dio una patada a una esquirla que se había desprendido de una baldosa de la acera, lástima que ya no se encontraban latas vacías como en los tebeos de Carpanta, sonrió ante su propia ocurrencia. Aquello sí era un buen desestresante. Cuánto echaba de menos su saco de boxeo. La tensión acumulada le mantenía rígidas las cervicales y continuamente padecía de dolor de cabeza. Al final tendría que buscar un gimnasio, pensaba, o acabaría aporreando al primero que encontrase y que le dijera cualquier estupidez.
—A ti quería encontrarte yo, vaya manera de hacer tu trabajo —espetó David a bocajarro.
Alex no solía fumar, pero ese día necesitaba todos los vicios a su alcance. Tratar con periodistas siempre lo alteraba de mala manera, aunque ese día fue mucho peor. Al salir se formó un corrillo alrededor de los periodistas, todo el mundo quería salir en la tele y ellos tomaban fotos y vídeos haciendo preguntas capciosas mientras tanto. Asqueado, Alex tiró el cigarrillo a un macetero y lo aplastó en la tierra para apagarlo. Lo único que le faltaba para arreglarle el día. David estaba haciendo insinuaciones de manera que los periodistas lo podían escuchar ¿A este tío qué le pasa? Pensó.
—¿Puedo saber a qué viene ese reproche? Todo el mundo tiene derecho a los cinco minutos del cigarro.
—No me importa si fumas o no, pero tu trabajo es vigilar por el bienestar de los vecinos y resulta que Yoli ha pasado un mal rato por tu culpa.
—A ver, a ver, explícame eso que no lo entiendo.
—¿No lo entiendes? Pues te lo voy a explicar, esos jodidos reporteros la estaban acosando en la puerta de su casa, si no estoy yo por allí sabe Dios qué hubiese pasado.
—¿Qué reporteros?, si estaban todos en la rueda de prensa que acabamos de dar el comisario y yo.