Laura y Jorge eran amigos desde la infancia y siempre estaban unidos. Practicaban natación, compartían aficiones y soñaban con emprender juntos carrera y negocios. Ambos se sentían tan bien en su mutua compañía, que casi no concebían la vida por separado. Un día estuvieron en una discoteca y ambos bebieron en exceso hasta que Laura se sintió mal y, ya en el coche de Jorge, de regreso a casa, ella se desvaneció.
Al día siguiente no recordaba nada de lo acontecido, salvo algunas imágenes borrosas de la cara de su amigo, jadeante cerca de la de ella. Aquellos jadeos le parecían, sin saber el porqué, repulsivos. Tenía la sensación de que el nexo que les unía se había roto para siempre, aunque no sabía por qué tenía aquel pálpito.
Pasaron unos días y la mente de Laura se fue abriendo al recuerdo. Aquella tela traslúcida que envolvía a su memoria, comenzó a rasgarse cual pegajosa tela de araña, que se deshilachaba en jirones cada vez más finos. Las imágenes, siempre confusas y como envueltas en espesa niebla, se fueron aclarando poco a poco. ¡Al fin supo lo ocurrido!… ¡Jorge la había violado, sin que ella pudiese defenderse! Ahora comprendía el motivo de su desmayo. Sin duda su amigo le suministró furtivamente alguna droga en el gin tonic.
Primero pensó en denunciarle, pero desechó la idea porque no tenía pruebas y al final todo quedaría en un escándalo y él saldría libre de culpa. No, ella necesitaba desquitarse y a partir de ese día sólo pensaba en el castigo. Aquél cariño que siempre sintió por él se había convertido en un odio hondo y destructivo. Aún no había ideado plan alguno, pero llegado el momento improvisaría. «Sí —pensó—, a veces los mejores planes son los improvisados.» Deseosa de llevar a cabo su venganza, con gesto resolutivo cogió el teléfono y le llamó.
—Hola, Jorge —le dijo—. Hace días que no nos vemos. ¿Te apetece nadar un rato conmigo?
—¡Claro que sí! —Respondió Jorge— La otra noche bebimos demasiado y me asusté mucho cuando perdiste el conocimiento. ¿Te encuentras bien?
¡Sí!… —Afirmó ella, esforzándose por parecer sincera— He tenido una resaca terrible, pero ya me he recuperado, aunque no recuerdo nada. ¿Nos vemos esta tarde en el embarcadero del puerto deportivo a las seis?
—De acuerdo —asintió Jorge—. Me encantará bañarme en tu compañía.
—Muy bien, nos veremos allí. Hasta luego.
—Chao.

Laura dejó sobre las tablas del embarcadero su mochila y se desprendió del vestido para quedar en bañador. Con un sol radiante y el viento en calma, el día era ideal para disfrutar de un baño. Paseó a lo largo de aquella pasarela revisando todos los detalles de la rompiente bajo sus pies. El mar estaba en calma y junto al muelle había un manto verde azulado compuesto por micro algas en suspensión, que hacía que las aguas fuesen impenetrables a simple vista. Observó que a unos treinta metros había una boya de delimitación de áreas destinadas al recreo. Ella conocía bien aquella zona, pero se quiso asegurar de que frente a la boya, pegada al embarcadero, las rocas casi a flor de agua eran invisibles desde arriba. Anduvo hasta donde dejó sus cosas, las recogió y las dejó justo encima de aquél peligroso punto.
Sonó el móvil y comprobó que Jorge le llamaba.
—Dime Jorge…
—Hola Laura —respondió él—. Ya he llegado al embarcadero… ¿Dónde estás?
—Te adentras entre los muelles y busca una pasarela de madera al final del morro. Te espero.
—¡Vale!… tardaré unos minutos.
Laura se apresuró en guardar el teléfono en la mochila, avanzó un buen trecho sobre la pasarela y se lanzó al agua.
Nadó hasta la boya y allí esperó impaciente la aparición de Jorge.

Jorge sintió cómo su pulso se aceleraba. Según le había dicho Laura no recordaba nada de lo que aconteció en el coche aquella noche, eso le tranquilizaba, pero siempre viviría con el miedo de que ella supiese algún día la verdad.
«Bueno, Jorge —se dijo—. ¡A lo hecho pecho!» No comprendía como había cometido aquel abuso con su mejor amiga, pero se justificaba pensando que todo había sido a causa del alcohol.
—¡Sí! Producto del alcohol —murmuró apesadumbrado— Pero eso no evita que sea un cerdo… ¡Ojalá no hubiese ocurrido nunca!
Avanzó ligero hasta el lugar de la cita y pronto alcanzó la pasarela, pero no veía a Laura por ningún sitio. Vio la mochila y hacia aquel punto se dirigió.
—¡Jorge! —oyó la voz de Laura y la vio agarrada a la boya, haciéndole señales para que fuese hasta ella.
Jorge se desprendió de la ropa y, ya en bañador, se lanzó de cabeza a las aguas.

«¡Bien! —se dijo Laura— Tal como pensé: ¡en el justo sitio que yo había previsto!…»
Se mantuvo impertérrita junto a la boya y esperó ver el cuerpo de Jorge emergiendo, pero pasado un rato se inquietó. Jorge no aparecía y no sabía bien si su plan dio resultado o si el cuerpo quedó atorado entre las aristas y recovecos de las rocas. «Tal vez tardase algún tiempo en emerger —pensó—. Según parece el cuerpo de los ahogados tardan en salir a flote, pero él no se ha ahogado y el aire de los pulmones debería hacerle flotar… O eso creo…»
—¡Laura! —oyó la voz de Jorge a sus espaldas.
Laura se volvió sobresalta y un miedo atroz se apoderó de ella. Allí estaba Jorge, o lo que quedaba de él. Vio su cabeza partida y ensangrentada, rebozada por una masa grisácea que le salía del interior. Presentaba el rostro sanguinolento e incoloro y su ojo izquierdo colgaba trágicamente fuera de la órbita… ¡Sin duda ya estaba muerto!
Llena de pánico comenzó a bracear en un desesperado intento de alejarse en dirección al muelle. Avanzó unos metros, pero algo le trabó los pies al tiempo que le tiraba hacia el fondo con una fuerza irresistible. Miró hacia abajo e identificó el destrozado rostro de Jorge, batido por torbellinos de agua revuelta y burbujeante. Entre convulsivos ahogos sintió un frío tan intenso, que pensó que su sangre se solidificaba en cristales de hielo. Era un frío de otro mundo, que le iba recorriendo todo el cuerpo desde los pies hasta la cabeza. No pudo aguantar más la respiración, borbotones de líquido inundaron sus pulmones y sintió cómo la vida se le escapaba. «Juntos —pensó horrorizada—. Siempre juntos, hasta en la eternidad…»
La última imagen que golpeó la consciencia de Laura fue el ojo suspendido entre dos aguas y la sonrisa malévola del espectro de Jorge, que tiraba de ella hacia la nada de la muerte.

Photo by RugirenRose