Al llegar a casa encontró una llave debajo del felpudo de la entrada. Al pronto se quedó extrañada, quién habría dejado allí aquella llave. No encontraba ningún sentido, lo único que se le ocurría era que alguien se había confundido y la había dejado por error. La cogió y la guardó, esperando comentarlo con alguna vecina por si la habían perdido y se la pusieron a ella por equivocación.
Petra siguió con su vida sin volver a pensar en aquel tonto incidente, hasta que a los dos días encontró en el buzón un pequeño sobre en que le decía alguien, que por favor, entregase la llave en una dirección concreta. Tanto misterio por una tonta llave, pensó. Aunque no se quedó demasiado tranquila, si sabían que estaba allí la llave ¿por qué no se la pedían directamente y ya estaba? Con la de cosas que tenía ella que organizar y solo faltaban dos días para navidad.
Durante esos días estuvo acelerada a tope, compra de regalos, comida para la familia que se reunía en su casa el día de San Esteban, y, aunque estaba separada y sola, la tradición no la había perdido, ese día incluso su ex estaba invitado.
Después de llevar casi tres años separados seguía tan enamorada como el primer día, y tan extrañada como el día que él le dijo que se marchaba de casa, que aquello no funcionaba, y seguía sin entender el motivo. No era otra mujer, no era por que ella lo agobiase, sencillamente él no la quería como ella a él. Casi se resignó, pero solo casi.
El día veinticuatro, día en que tenía que entregar la llave en la extraña dirección, amaneció nevando copiosamente, le daba un palo tremendo tener que ir a la otra punta de la ciudad con aquella nevada y aquel frío. La carretera estaba colapsada y cada vez estaba más nerviosa, en aquel momento se sentía insegura, no sabía si hacía bien yendo a aquel sitio desconocido. Hasta aquel momento no había pensado que pudiera ser una trampa o algo por el estilo ¿y si era un maníaco? ¿Y si era un engaño para hacerle algún mal?
Ya que estaba llegando no iba a volverse atrás, pero iría con cuidado, eso sí. Llamaría y le diría a quién fuese que bajase a buscarla o la depositaría en el buzón. Sí, eso haría, la dejaría en el buzón y que bajasen a buscarla.
Llegó a la dirección indicada y todo lo que había pensado se quedó en agua de borrajas, era un bloque antiguo que ni siquiera tenía interfono para avisar que estaba allí. ¡Se podía tener más mala suerte! ¡Si ni siquiera había buzones! le tocaría subir y se maldecía por ser tan sumamente correcta, no podía dejar de hacer lo que le pedían por descabellado que fuese el encargo, que lo era.
Se encomendó a Dios y a todos los Santos y se dispuso a entregar la dichosa llave a su destinatario. Al llegar a la puerta indicada se llevó otra sorpresa, estaba abierta, tan solo entornada pero sin ningún tipo de pestillo o cerradura. ¿Qué hacer? de nuevo el dilema, entrar sería un allanamiento, vamos lo que le faltaba, que encima la denunciasen por entrar en una casa que no era suya.
-¿Hay alguien? -llamó con timidez.
Empujó un poquitín la puerta por si no la habían oído y volvió a llamar, esta vez un poco más fuerte. Nada, no parecía haber nadie. Aquello era el colmo. Hacerla ir hasta allí para eso, no había derecho.
Buscó un papel en el bolso, menos mal que era de costumbres anticuadas y le gustaban las agendas de papel, con una electrónica no habría podido, así que escribió una nota.
Estaba a punto de dejar la llave envuelta en la nota cuando la puerta se abrió de golpe. Casi le da un infarto.
De pronto se encendió la luz de la entrada, una luz tenue y mortecina. Petra pensó que saldría alguien, pero no, en el suelo brilló una flecha con su nombre que le indicaba que entrase.
Entró con más miedo que vergüenza, a medida que avanzaba se iluminaban unas flechas en el suelo idénticas a la primera. Las siguió con paso inseguro y aterrada al mismo tiempo por su osadía, con lo cobarde que era, ¡cómo era posible que estuviese haciendo aquello!, pero la intriga estaba ganando al miedo y ella siguió caminando.
Al final de las flechas se encontró una puerta de vidrio cuyos tiradores estaban anudados con un lazo rojo. El corazón estaba a punto de estallarle, pero la curiosidad pudo con su escepticismo y su miedo. Deshizo la lazada y con temblor en las manos empujó las puertas. Jamás pensó encontrar lo que allí había.
El salón estaba decorado con todo lujo de detalles navideños, la mesa puesta para dos comensales. El árbol se encendió al momento justo que ella puso sus ojos encima. La chimenea prendió en aquel mismo instante y a la luz del fuego vio su regalo de navidad.
Una enorme caja envuelta con un vistoso papel dorado, con un enorme lazo y un letrero con su nombre que decía: ábreme.
Con mano temblorosa la abrió, dentro estaba su ex marido completamente desnudo y con otro lazo rojo envolviendo su miembro erecto y un cartelito en las manos que decía: No puedo vivir sin ti, lo siento, me equivoqué.
Petra no podía creerlo, del ataque de risa casi se ahoga, pero se colgó de su cuello pensando que aquellas iban a ser las mejores navidades de su vida.