(IV)
Está sola en aquel infierno que es su cielo.
Nadie ve las llamaradas de sus ojos
ni sus dedos bailando por todo el cuerpo
ni los latidos que laten fuera del pecho
ni los gritos y jadeos que telegrafía en aquel silencio
hasta que es arrastrada por Thanatos y Eros,
enviciada de pasión, poseída por ellos.
Un velo de niebla se mezcla
con el aire húmedo de aquella habitación
y la brisa del ventilador provoca
riachuelos de sudor por su piel.
Coge aire, separa los labios, saca la lengua,
es el fuego que repta dentro de ella.
Cae la saliva al pecho
hasta desembocar en otras gotas saladas.
Le sigue una nerviosa carcajada,
el anuncio de la erupción buscada.
Tras la risa, llega otro grito,
que ahoga con solo una mano, la otra ocupada.
Piernas, caderas, cintura y cabeza
parecen una cuerda afinada
que vibrará al rasgar aquel arco.
Es la armonía del último aliento
la que esa pequeña muerte regala.
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