Es el año 18 d.H, en las profundidades de un planetoide llamado tierra.
Después del Holocausto, la población es muy reducida, se encuentra dispersa. Mi grupo y yo vivimos en el drenaje profundo de una ciudad que se conoció como Ciudad de México.
Este campamento, está integrado por dos tribus los neoindis, al cual pertenezco y los neocutre.
Los neocutre, mantienen las ideas anteriores a la devastación. Ellos, son los que establecen las reglas en la comunidad y dictas las medidas de corrección.
Los neoindis, somos la antítesis de los neocutre. Nos consideran un grupo beligerante, la realidad es otra, somos insurgentes y divergentes, otra alternativa de vivir y pensar. Cualquier manifestación es considerada hortera.
Si bien se mantiene el orden, los habitantes no están del todo felices, clandestinamente más se unen a nosotros. Los neocutle, lo saben.
Ambos bandos, sabemos que no es conveniente un enfrenamiento violento, tomando como base lo acontecido en el Holocausto.
Es que así, se tiene que encontrar una solución “civilizada” para esta situación.
Bajo estas circunstancias, los líderes de las tribus acordaron una tregua. Asimismo, cada grupo elaborara un manifiesto de los principios que cada uno propone para mantener el orden y el bienestar de la población.
Cada líder, públicamente se enfrentara en un desafío literario, las contiendas armadas están prohibidas en la comunidad, el vencedor dictará las normas que regirán al campamento con la aceptación incondicional del vencido.
Así las cosas, los líderes se reúnen con sus más sobresalientes pensadores, pasan horas argumentando y elaborando un manifiesto. Según lo acordado, cuenta sólo con un mes para terminarlo.
Los días van pasando y el estrés se ve reflejado en los rostros de los pensantes, esto tiene un efecto de dominó, los habitantes del campamento estamos ansiosos, sintiendo que la tranquilidad de la comunidad depende de ellos.
Por fin llega el gran día, nos reunimos en asamblea. El ambiente es una mezcla de tensión festiva y cordial rivalidad. Los neocutre, se colocan del lado derecho del salón y nosotros los neoindis del lado izquierdo. Los oradores de cada tribu, al centro.
Cada presentador expone su manifiesto febrilmente, los ánimos están entusiasmados por ambos bandos. Los demás estamos pasmados, si bien cada uno tiene su lenguaje propio en el fondo son los mismos argumentos. El control del poder.
Con esa sensación de estupidez, se inició la votación directa, cada habitante mantuvo su voto fiel a su tribu, prácticamente había un empate, sólo faltaba un voto para conocer al vencedor.
Ese voto era la de un viejo de la comunidad que se encontraba sentado al fondo del lugar, que impávido nos observaba.
El griterío lo presionaba para que votara, él serenamente se levanto de su asiento y con voz firme, dijo:
- ¡Se van al carajo, siguen siendo los mismos!
Tranquilamente sin importarle las maldiciones y las amenazas abandono el lugar.
Después de ese conmemorable día, la comunidad sigue como al principio y yo sólo comprendí que la peor catástrofe de los hombres es el poder.
Por Edith Zepeda