Cada uno se jacta de lo que puede: leer, escribir, arreglar aparatos de radio, engañar al prójimo, robar, pintar, cambiar ruedas de coche; tengo un amigo que se jacta de capar animales como nadie. El porqué queremos o necesitamos jactarnos de algo, en algún lugar lo leí, pero ya no me acuerdo y ya no me importa; datos, nombres, fechas, ediciones…vanitas vanitatum, programas “culturales” de la televisión, otra jactancia (tonta).
Para visitar a un compañero, estuvo en la covacha un señor, o una suerte de señor, y me eligió como oyente (suele pasarme, y es una bendición para un escritor o asimilado). Este hombre se jactaba (era su jactancia) de haber recorrido los burdeles de los cuatro o cinco continentes; tenía cara de aburrimiento, de condón usado, de tristeza. Para sorpresa de uno, que ya no se sorprende con poco, abrió una carterita y empezó a sacar tarjetas de prostíbulos; eran de todos los tamaños, colores y diseños imaginables; algunas estaban impresas en chino o japonés o alguna otra lengua oriental.
-Pero si quieres follar bien, bien…-y sacaba otra tarjeta, thailandesa, o china, o vietnamita, o francesa.
Debió de verme poco impresionado; añadió:
-Y además, no hay que pagarles. Les das dos hostias, les quitas la medalla y el reloj…
Aquí debió de verme una expresión de desagrado. Su alarde fallaba; (este tipo, debió de pensar, por mí, es maricón, o está loco, o se hace el interesante, o ha estado (!) en más sitios que yo).
Nos despedimos con toda cortesía; no lo he vuelto a ver.
Pero me preocupa un poco que aquel elemento me eligiera para semejantes confidencias.
Aunque, como ya he dicho, suele sucederme.
Es una de mis jactancias.