Eran los últimos atardeceres de marzo. Llovía casi a diario. Los hibiscos del jardín estaban llenos de agua. Y a la hierba le había desaparecido la capa de polvo y tierra que la cubrió una tarde de viento. Parecía más verde, más limpia. Las calles siempre vacías de gente. Abrí la ventana de salón de mi casa. Asomé mi nariz respingona. Cerré los ojos. Te busqué en la oscuridad de mi mente. Pensé en ti. Apareciste con tu brillante sonrisa. Inspiré profundo el aroma del atardecer a tierra mojada, a madera de pino, a ti.