Manu ya no tiembla tanto. Su plan ha salido según había pensado. Apura la copa de vino antes de arrugar la nariz debido al olor a cera quemada de las velas. Karla, su compañera de trabajo, un minuto antes se ha golpeado contra el suelo. Ha quedado retorcida y de medio lado, con las piernas encogidas y la falda subida hasta la ingle. Tiene un brazo doblado por encima de la cabeza; el otro está a lo largo del cuerpo. Un zapato y algunos cristales rotos de un vaso han quedado esparcidos a su alrededor. Por un momento, Manu recrea la mirada en los muslos brillantes por el panti y en los pechos que parecen reventar el jersey de licra plateado. No le parece la gordita cuarentona que antes ella le ha confesado sentirse. Al contrario, Manu nota como la sangre se le empieza a acumular en la entrepierna.

Aunque no los aparenta, Manu acaba de cumplir los cuarenta. No es alto ni bajo, tampoco se puede decir que esté fofo o que sea musculoso. Tampoco calvo, aunque su coronilla cada día brille más. Vive solo desde que murieron sus padres. Trabaja archivando expedientes de contratas en el ayuntamiento. Lo que nadie sabe es que Manu tiene dos caras. Durante el día aparece la que le impide mirar a los ojos de quien le habla, la que le lleva a no acabar nunca las frases en las conversaciones, la que le hace agachar la cabeza y contestar con un «no sé» cuando Karla le pregunta si tiene algún plan el fin de semana. La otra cara se despliega por la noche, después de cenar, cuando se sienta frente a la pantalla del ordenador a escribir novelas de crímenes. Unas historias que jamás nadie ha leído. Nada más estar frente a la pantalla, la ficción aplasta a la realidad y Manu se transforma en el sub inspector Gómez. Un tipo que solo con la mirada haría temblar a cualquiera. Aunque sea policía, también es un asesino en serie que tan pronto degüella manteros africanos como prostitutas callejeras. La escoria de un país en decadencia, piensa Gómez al quitarles la vida. Por encargo del comisario jefe, el subinspector está al frente de la investigación de esos crímenes; un puesto privilegiado para ocultar pruebas e incriminar a mendigos y otros desechos sociales.

Sin embargo, cada mañana al despertarse, los ojos de Manu volverán a mirar al suelo delante de los compañeros de trabajo. Ha perdido la cuenta de los años que lleva sintiéndose dos personas diferentes.

Hace un mes que Manu está bloqueado en el capítulo segundo de su nueva novela. Y todo porque en esta ocasión el protagonista ha elegido como víctima a la compañera que le acaban de asignar: la sargento Arriaga. La novela cuenta que la sargento destaca por ser muy dicharachera y de risa contagiosa, un carácter que de inmediato te cautiva y te lleva a no reparar en la combinación del metro sesenta raspado que mide con la exagerada anchura de hombros que tiene. Gómez y Arriaga son los encargados de investigar el asesinato de un indigente que murió quemado. Gómez intuye que su compañera empieza a ver algo extraño en el caso, aunque ni por asomo pensaría que él pudiera ser el autor de ese crimen. Asesinar a la sargento, sin dejar ningún rastro que lo delate, es un reto que Manu no consigue resolver.

Durante varias noches, Manu achaca el bloqueo al invierno tan frío y húmedo de ese año, aunque ni con el brasero ni con la bata de paño consigue arañar unas frases más a la novela. Y lo que empieza a preocuparle, durante el día Gómez no deja tranquilo a Manu en el trabajo. Es precisamente esta mezcla de personalidades la que le lleva a detenerse en los ojos oscuros de Karla. Lo hace el mismo día en el que ella le pregunta si le apetecería el sábado siguiente ir al cine o a tomar algo. A partir de ese momento, Manu empieza a darse cuenta de por qué aquella historia se le resiste tanto. Karla, que nunca deja de sonreír y que no consigue disimular su figura achaparrada aún llevando siempre unos tacones altísimos, es idéntica a la policía de su historia. Así, cada vez que él intenta imaginarse a Gómez acuchillando a la nueva compañera, es Karla la que recibe las puñaladas. Manu, una vez que se dio cuenta de la causa por la que tenía atascada la novela, pensó que necesitaba un plan, aunque debería idearlo de la misma manera que lo haría Gómez. Un plan que le sacara del atolladero.

Pasaban de las dos de la madrugada cuando lo tuvo y pudo arrebujarse entre las sábanas. Sin embargo, el Manu de siempre había vuelto y comenzó a sentir temblores y a tener sudores fríos. Dio vueltas y vueltas, y apenas logró dormir de seguido un par de horas. A la mañana siguiente Manu no desayunó y solo bebió una tila para poder tragarse el ‘orfidal’. No le hizo mucho efecto. De camino a la oficina gastó medio paquete de pañuelos en secarse la frente y las manos. Como un autómata buscó a Karla y de sopetón le soltó:

—Karla, voy a cocinar lasaña de verduras el sábado por la noche, ¿te apetecería venir a mi casa y probarla? —Había ensayado una frase mucho más larga. Desinflado, la última palabra casi ni se escuchó.

—Sí, me chifla la lasaña —respondió ella con voz cantarina al mismo tiempo que abría mucho los ojos.

A las nueve en punto de la tarde del sábado, Manu, que está mirando por la mirilla, ve a Karla usando un pintalabios rojo poco antes de llamar al timbre.

—Casi está a punto la lasaña — tartamudea Manu tras el hola inicial y recibir un par de besos en la mejilla.

El aroma del gratinado llega hasta la entrada, y Karla le dice que huele muy bien, que debe ser un buen cocinero, sin saber que es en la tienda del gourmet de unos grandes almacenes donde fue comprado. Manu no le responde y la acompaña al salón, hacia la mesa donde cenarán y en la que también hay unas velas, encendidas por Manu hace nada, y una botella de vino. Según Karla se va desprendiendo del abrigo, sonríe y dice:

—Qué detalle, velas aromáticas… pero no estoy acostumbrada a beber vino —Manu, o Gómez dada la hora, en ese momento cierra por un instante los ojos y aprieta los puños. Su plan de ponerle la dosis de escopolamina que ha comprado por internet, peligra.

—Solo una copita, para brindar —es lo más que alcanza a decir.

Aunque chocan los vasos antes de dar el primer bocado, no consigue que Karla beba del todo su copa hasta terminar las natillas. Al final, la escopolamina hace efecto y Karla se encuentra tumbada a sus pies. Más fácil de lo que ha pensado.

La visión de los muslos y del pecho no ayuda a que la erección de Manu baje. No obstante, hace un esfuerzo y consigue abrir el ordenador para continuar con la novela. Ha supuesto que, al ver a Karla desmayada e indefensa, la inspiración regresaría. Durante la hora siguiente, en el salón solo se escucha el sonido de las teclas al pulsarlas y la respiración de Karla.

Manu se rasca la cabeza al terminar. No acaba de saber si lo que ha escrito es bueno o no. El sub inspector no ha asfixiado a la sargento para luego descuartizarla. Tampoco la ha matado. Aquellos labios, pechos y muslos, que Manu ha estado mirando una y otra vez, le han conducido a un final muy distinto. Gómez deja de cometer fechorías y la sargento y él se convierten en amantes. Solo resta el lazo con el que Gomez cierra su recorrido por el mal. Preparar unas pruebas falsas que lleven a prisión al comisario jefe, con lo que de paso logrará una condecoración que no le importará compartir con Arriaga, ignorante de sus fechorías.

Horas más tarde, ya amaneciendo, Karla duerme desnuda en la cama abrazada a la almohada. Manu le ha echado otra manta por encima cuando él se ha levantado un poco antes para ir hasta el ordenador. En cuanto lo abre, ve en la pantalla lo último que escribió anoche. No llega a leerlo del todo. Cierra los ojos y revive la conversación mantenida con Karla cuando ella se recuperó del efecto de la droga.

La falta de costumbre, así justificó Karla la pérdida de consciencia. Manu asintió y le propuso tomar un té caliente para recuperarse del todo. Pero con la taza entre las manos, Karla empezó a interesarse por los gustos de su anfitrión y, por primera vez en su vida, Manu no contestó con la habitual lengua de trapo, parecía otra persona. A partir de entonces, los ojos de Karla fueron en búsqueda de los de Manu, que no llegó en ningún instante a bajar la cabeza. Al terminar la bebida, Karla le cogió de la mano y le dijo que desde siempre se había sentido atraída por él. Manu apenas atinó a mover arriba y abajo la cabeza mientras respondía que ella también le gustaba desde siempre. Después del primer beso, Manu, que también le había confesado al principio de la conversación que escribía novelas, prometió dejarle leer algún día alguna de estas historias.

Manu sonríe antes de pulsar la tecla ‘delete’. De inmediato, la pantalla del ordenador se queda en negro. Antes de cerrarlo y regresar al lado de Karla, tiene la precaución de sacar la pequeña memoria portátil. «El amor no hace cambiar a los asesinos, solo abre un paréntesis en sus vidas» decía Gómez en uno de sus casos. Manu empezaba a darle la razón.