Se enciende la pantalla y veo tú mensaje. Qué alivio, tenía apagado el sonido de las campanitas. De no haberlo hecho, las miradas de los otros viajeros de este tren serían como alfileres que se me clavaran por todo el cuerpo.  

Me doy cuenta que hace nada que lo has escrito y debo replicarlo de inmediato. Tú frase es muy ingeniosa y eso me azuza. Tal vez debería confesarte que me excita. Por eso, y según el pequeño luminoso situado delante del vagón indica que nuestra velocidad es de casi trescientos kilómetros por hora y que afuera la temperatura es de nueve grados, estrujo el cerebro en busca de ideas para contestarte y persigo palabras que te sorprendan. Lo  más parecido a un corto pensamiento pero que diga mucho y sea, al mismo tiempo, contundente y atractivo.

Busco ese gran escenario por el que hacer recorrer este intercambio, y no sé si lo encuentro. Figuro todo un campo sembrado de amapolas para que la imaginación pueda viajar hasta encontrarse con la tuya. Para que el combate sea eterno y acabemos, exhaustos, tumbados boca arriba y con las ganas intactas por proseguir la lucha, aunque no tengo ninguna duda, ya sería en otro plano y posición. 

¡Oh, no! Entramos en un túnel, la magia se corta y la comunicación se pierde. Mientras tanto, la completa oscuridad de afuera es solo interrumpida por los vertiginosos reflejos del cristal de mi ventanilla donde clavo las pupilas.

Tras haber cruzado este túnel que atraviesa las montañas, la llanura se extiende hacia el horizonte de mi mirada, más allá de los pensamientos y la realidad. 

Ahora y aquí, el cielo brilla con un frío azul. Un río de peces grises y puentes de madera sigue mi camino, marca las huellas atravesadas por maderos y vigas de hierro. 

La tarde recela de está inconclusa mañana y el miedo que la provoca, se dibuja entre los minutos que como pesadas losas, caen uno tras otro. 

Quedo abandonado a mi destino, con la respuesta, más bien era una propuesta, atrapada entre los barrotes de la bandeja de salida. Pensativo, pero convencido de que tú también te has quedado igual. Al final, comprendo que en este mundo digital las palabras que hemos intercambiado, un vibrante y corto galanteo electrónico, solo son máscaras que nos impulsan a vivir en un eterno carnaval.


( incluido en el libro de relatos: Hojas Incendiarias.)

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