Hoy es tu cumpleaños y estamos todos reunidos en casa celebrando este acontecimiento maravilloso con toda la ilusión del mundo. Todavía nos sentimos más felices después de lo cerca que estuvimos de perderte. Hace ya unas semanas que abandonaste el hospital y Raquel y yo nos turnamos para cuidar de ti, porque aún te queda un largo trecho para estar totalmente recuperada. Te quiero tanto, mamá… He sufrido tanto mientras has estado enferma, he temido tanto perderte que ahora mismo, mientras te miro soplar las velas de la tarta, me encuentro henchida de gozo. Sí, a pesar de que lo consigas solo con la ayuda de tus nietos, que con su alborozo te devuelven la alegría de vivir, aunque si tengo que ser sincera, no creo que nunca la hayas perdido. Has luchado como una jabata. Has ido superando todas y cada una de las dificultades que se te han puesto por delante. No me importa que tus pasos sean vacilantes y que continúes necesitando la ayuda del andador. No me importa que te cueste pronunciar ciertas palabras y que te atasques cuando te pones nerviosa porque tu cuerpo, que quizá ya nunca vuelva a ser del antes, no puede seguir el ritmo de tus pensamientos. No me importa que ahora seas tú la que necesites de nuestros cuidados. Tú que durante tantos años cuidaste de nosotras te lo mereces todo mamá. Y aquí estamos todos, después de mucho tiempo otra vez como una familia feliz.
Los niños parece que empiezan a superar la separación de sus padres y más ahora que Iván ha reconducido la situación y ha vuelto a ocuparse de sus hijos como ellos merecen. No tendría que tener nada de raro que un padre cuide de sus hijos, pero con el cariz que tomó la situación en un primer momento dudábamos que pudiera ser de esta manera. Me alegro mucho por ellos, que no tienen la culpa de nada de lo que ha pasado. En cuanto a Raquel, me da la impresión de que tuvo que tragar en esa relación mucho más de lo que nos ha llegado a contar nunca. Incluso te diría que ahora la veo más relajada, como si se hubiera quitado una inmensa losa de encima. ¡Qué ilusa! Y yo que siempre creí que eran la pareja perfecta… ¿Cómo he podido juzgar a mi hermana de esta manera injusta? Pero eso ya no importa porque le hace ya un tiempo que me di cuenta de mi error y le pedí perdón por lo mal que me comporté con ella en determinados momento y ella me respondió como siempre: con amor y generosidad. Por fin volvemos a ser las hermanas unidas que una vez fuimos.
Para completar este cuadro tan dichoso, luego, pasará por casa Carlos, que por fin ha regresado de Grecia. Fui a recibirlo al aeropuerto el día que volvió y lo encontré transformado en el buen sentido. Ya no queda ni rastro de aquel enfado perpetuo que había dibujado en su rostro, por el contrario, me pareció más afable que nunca. Se ha dejado la barba otra vez, que ahora le sienta fantástica. Seguramente porque ha madurado de verdad y no la lleva como algo impostado con la intención de parecer mayor, como sucedía hace unos años. Ha cogido unos kilos, porque ha dejado el tabaco, algo que me alegra enormemente, porque aunque yo haya tenido mis neuras mi preocupación por él siempre ha sido sincera. Aun así lo encontré guapísimo, pero me di cuenta que tenía los ojos tristes. Supongo que allí vio muchas cosas difíciles de olvidar. A pesar de aquel día estuvimos hablando durante horas y horas, apenas me contó nada de lo que vivió allí con los refugiados. Sin embargo, él enseguida se dio cuenta de lo mucho que yo había cambiado físicamente:
—Caramba, Sandra, si ahora tienes hasta mofletes —me dijo tras aquel abrazo inmenso que nos dimos nada más vernos.
—Ya ves —le contesté—. Yo también tengo muchas cosas que contarte, aunque no me haya movido de Valencia en todo este tiempo.
—Siento mucho lo que le ocurrió a Ricky. No era santo de mi devoción, ya lo sabes, pero no creo que hiciera nada por lo que merecería morir de esa manera.
—Yo también lo pienso. Aun así ya era agua pasada. ¿Me crees, no?
Nos miramos durante unos segundos y nuestros ojos hablaron por nosotros. Dijeron que todo lo vivido anteriormente merecía la pena porque era lo que nos había llevado a aquel instante en el que se abría ante nosotros todo un mundo de posibilidades. Me di cuenta de las muertes de papá y de Elena, mi historia con Ricky y su luctuoso final, la enfermedad de mamá y la mía propia —ambas en vías de recuperación—, mi distanciamiento y posterior reconciliación con Raquel, la marcha de Carlos —que llegó a parecerme más bien una huida, una deserción que una oportunidad laboral— y su regreso era lo que nos había llevado a aquella encrucijada en la que podríamos tomar cualquier camino que quisiéramos: tan solo dependería de nosotros.