Veinte años de duro trabajo habían dado sus frutos. Ángel había dedicado dos décadas de su vida en verter toda su formación y conocimientos en aquella máquina que viajaba en el tiempo.
Siempre lo tuvo claro, desde el primer momento, desde que quedara solo tras el brutal asesinato de su madre. Veinte años sin relacionarse, sin vida social. Solo. Trabajando en su invento.
Hizo un solo viaje en su máquina del tiempo. Con uno era suficiente. Retrocedió a los años sesenta, encontró a su madre, veinteañera en aquel tiempo y gastó todo su ingenio en convencerla de que no se casara con ese joven agradable del que tanto se había enamorado.
Cuando, tras varias semanas, logró convencerla, Ángel buscó su reflejo en el escaparate de una tienda. Allí, esperó pacientemente a que su imagen se desvaneciera. Desapareció de la existencia sonriendo con la certeza de haber contribuido a la felicidad de la que hubiera sido su madre.
Bienvenido a tu casa, Carlos Roncero. Feliz regreso para nosotros, lo que somos tus lectores.