El fuego que más quema
es la memoria clandestina,
y los versos íntimos.
El rayo sabe que no puede emularlos,
la mar sabe que no puede apagarlos,
ni siquiera sofocar sus aletazos.
Nadie sabe de la hermosa calidez
cuando corren por mis venas
con su verbena de sangre
a esconderse entre tus brazos,
Su labia incandescente canta a la luna:
A nadie amé como a ti, nunca.
Y te guardarán mi memoria y mis ojos
cuando las sábanas en su silencio reclamen
en la última de mis soledades,
tus besos cómplices,
tus caricias lúbricas
y tu latido crepuscular,
que se ha quedado para siempre.