Con un futuro apresurado
y un pasado sin frenos
el presente se acuclilla vulnerado
con las alas abatidas y los latidos putrefactos.
Propósitos infantes que no se han cumplido
languidecen ante la imposibilidad de la esperanza
y la nostalgia del recuerdo.
La radio aviva los sonidos
y los paisajes se pueden escuchar,
los monstruos ya no son molinos.
Una voz urgente nos planta en la conciencia
de la dimisión a los ataques cruentos a la tierra
en la imperiosa necesidad de darle una tregua
ante una realidad que duele y no es ingenua.
Se aferra la utopía que requiere poeta.
Una voz defende resquicios que perviven
en el Amazonia, en el África, en Indonesia…
en las grandes reservas naturales; manda el capital.
Una razón de esperanza se afinca en la letra,
acicate de una conciencia deslavada y exigua
en acuerdos pingües de voluntades manifiestas
y va más allá de los debates y discursos a modo.
Nos alcanza en su reclamo un alarido del cosmos
un violento huracán tuerto y sin gobierno
con el ojo puesto en los que menos tienen,
una huella de carbono que mancha al corazón
y pinta la senda de los que apenas llegan,
de los que aún no nacen y, a penas vienen.
El cielo tiene cicatrices y llora rayos
las estrellas están borrachas de turbosina
y la luna no basta para una poesía.
Se avizora una historia tensa
prevista desde cumbres primermundistas
por líderes que no conozco ni me preguntan.
Los Quijotes virtuales y sin adarga
no pueden desfacer los entuertos
reclaman en las redes; solidaridad
a teclazos vociferan en su ordenador
y guardan la soledad en disco duro.
Los gigantes tienen corazas de titanio
y se afincan como dueños del futuro.
Las torres de acero y sus consorcios
llevan tensión más alta que los molinos.
Las calles son trincheras de impotencia,
los muros blasfeman eructos de solitarios
que sugieren una alta tensión soterrada,
los “agoreros del infortunio” salieron a la calle
y no precisamente a tomar el sol.
El globo está pinchado
Tiene Primavera con esquina rota
y los más son lo de menos.