Este año del señor de 1602 lo guardare en la memoria por ser uno de los más importantes no solo para mí o la ciudad de Valladolid, la capital del reino, sino para el futuro de todo el país, por los avances científicos que supone nuestra prueba de hoy.

Gracias a Dios, esta España nuestra da grandes genios, tanto para la guerra como para la ciencia, y hoy, ante el mismo rey nuestro señor don Felipe III, demostraremos de lo que es capaz la invención española.

Don Jerónimo Ayanz y Beaumont, el genial inventor navarro y a la sazón mi patrón, y yo mismo, vamos a desplazarnos con todos los preparativos frente al palacio de la Ribera, la residencia de verano de su majestad. Nuestro rey estrena hoy una nueva embarcación, la galera San Felipe, con la que surcará las aguas del Pisuerga y desde la que contemplará nuestra hazaña.

Una multitud se apiña en el espolón para presenciar no solo la botadura del navío sino para ver en funcionamiento nuestro invento.

A pesar de ser dos de agosto, viernes, las aguas del rio bajan frías. Mi patrón me coloca con cuidado el traje submarino que forma parte de su invento. A él van conectados tubos de entrada y salida de aire, con unas válvulas que se abren y cierran en el momento preciso para suministrar aire a los pulmones, aire que se envía mediante unos fuelles que lo fuerzan a bajar al fondo del rio.

No voy a negar que los primeros días pasé algo de miedo, pero tras muchas pruebas tengo la confianza suficiente para saber que funcionará sin problemas.

Siempre ha sido un sueño de la humanidad el poder respirar bajo el agua, y con el invento de nuestro compatriota podrán hacerse cosas maravillosas, y tendrá un sinfín de aplicaciones que aun no llegamos a comprender totalmente.

Llego al fondo del rio, a unos tres metros de profundidad. Desde arriba el público y el rey observan mis movimientos con expectación. Debo demostrar la capacidad del traje de respiración submarina, que tanto supone de avance para España respecto de otros países.

No sé qué ha pasado, pero debo llevar tan solo una hora sumergido y ya me están izando. A pesar de que podía haber aguantado muchas horas bajo el agua, al salir la gente aplaude entusiasmada. Ha sido un éxito.

Don jerónimo me ha confesado el motivo por el que ha acabado la demostración tan prontamente: su majestad ha mostrado signos de aburrimiento. Parece ser que esperaba una demostración más emocionante, y quiere poner vela a su nueva nave y partir por el rio.

Espero al menos que el invento haya sido de su interés y se dote a su magnífico inventor con los fondos necesarios para utilizarlo en todos los puertos de España, para que así nuestro país sea referencia en todo el mundo en estos adelantos que pueden ser tan útiles.

Autor, Antonio Miralles Ortega