Me quedé un tiempo navegando entre tus mares, sin visibilizar alguna costa conocida o en la que me sintiera cómoda; subí el ancla y me dejé llevar por un oleaje a menudo triste, fuerte y difícil de dominar. Aun así, aquí estoy, escribiendo de ti, escribiendo de mi, sin sentirme mal y sin necesidad de guardar todas aquellas cosas que me recordaban a ti. Hace poco saqué de un baúl un osito de peluche y un collar, regalos que me diste y que en su día tuve que esconder porque solo con verlo echaba a llorar. Hoy en día tengo a ese peluche a los pies de mi cama y me hace gracia verlo y tocarlo, porque ya no lleva tu nombre ni me trae tu recuerdo, es una pieza más de mi mundo, no del tuyo, no del nuestro.

Recuerdo que me despedí de muchas otras cosas que me diste, que nos dimos y que yo tenia guardadas en mis cajones. Es una manía mía de querer guardarlo todo: entradas de cine, el papel del primer helado que nos comimos, billetes de avión de nuestro primer viaje, fotos… Hoy por hoy, conservo poco de aquello, pues caso todo lo eché al mar, con pena y alguna lagrima, pero logré lanzarlo océano adentro con la esperanza y la seguridad que jamás lo volvería a ver. Eso es lo que más me gusta del mar, que todo lo que le das es casi imposible que te lo devuelva, por eso hay que ser valiente, y yo fui valiente.

El amor se ha vuelto raro desde entonces, los corchetes de aquellas canciones que sonaban parece que cojean y los silencios duran más de un compás.  Pero no me importa. Yo fui aquella persona y sigo siendo la misma, pero sin ti, y ese es el cambio más importante y lo que me ha hecho ser yo de verdad, de nuevo. Hoy te daría las gracias, sin rencor y sin ningún tipo de odio, porque me encuentro bien donde estoy. No te deseo ni lo mejor ni lo peor, simplemente he cambiado de ruta y a ti ya hace tiempo que te deje atrás. Ahora solo existes en mis muchos escritos que hablan de ti, de mi, y de aquello que no me dejaba ser yo, no como ahora.

El amor se volvió raro cuando te largaste, cuando me largue yo tiempo después, cuando no quise regresar en el momento que me lo pediste; en los miles de momentos que quisiste volver a aquello, volver a tenerme atada a ti sin dejarme ser, sin dejarme crecer, sin dejar que todo el amor que yo sentía pudiera echar raíces sanas. En verdad, si lo pienso bien, tu amor siempre fue raro, algo que guardaba bajo mi pecho y que apreciaba más que a mi misma, y ese justamente fue el error: dejar de quererme para hacerte hueco aquí, dentro, donde sin mi, nada funciona. Y esto, finalmente, es lo más importante que me ha enseñado este raro e insano amor que ahora me habla a la oreja como un recuerdo pasado que te aconseja y te acompaña allá donde vayas.

No puedo ser tuya ni de nadie, debo ser mía y para siempre sin necesidad ni obligación de darme a alguien que no vaya a sumar a mi vida, que no me haga cuestionarme las cosas, que no me haga bien y que no me deje florecer como me merezco. El amor se volvió raro, muy raro. Desde ese día me pregunto si volveré a querer igual, pero luego me miro al espejo y sé que eso, lo logré hace tiempo, porque ahora sé que no volveré a sentir algo semejante nunca más; sentiré más, diferente y mejor y eso no debe causarme tristeza, porque el amor que no se queda es el que te enseña a lo lejos, a murmullos y a susurros, dejando sitio al sonido, a la música, a las conversaciones que de verdad merecen la pena.

A día de hoy, paseo por aquella playa, pues ya no estoy perdida mar adentro, hoy vivo con los pies en la tierra aunque de vez en cuando alzo el vuelo para verlo todo desde arriba, desde otra perspectiva, desde otro tiempo y ya en otra vida.